El muro de Máxima, de Juan Manuel Cardozo, con Tamara Giubi y Gustavo Taeada,
El triunfo del amor en tiempos sin revolución
El muro de Máxima se destaca por el ritmo. Las imágenes corren sin digresiones, las elipsis y sobreimpresiones hacen entretenido el relato. Máxima trama algo, y la duda prevalece hasta la resolución de los acontecimientos, en tanto el suspenso se mantiene constante. La elección de los encuadres es funcional al drama, sin exasperar la cámara con bruscos movimientos, sin forzar las acciones, sino dejándole a los cortes esa responsabilidad. El sonido, tanto el directo como el extradiegético, se escucha, se entiende y potencia el sentido. La fotografía se vuelve fallida, quizás por el exceso de ganancia ante la falta de luz. De este modo, las imágenes se cubren con un ruido molesto. Sin embargo, la intención narrativa se evidencia a través de este procedimiento, con el contraste de colores cálidos para el socialismo, fríos para la locura. Con la luz de tubo no alcanza, pero en este caso, no parece ser un gran problema: las imágenes se distinguen, aunque afecte la continuidad. Las actuaciones se destacan: perfecta química entre los actores, quienes demuestran un acatamiento satisfactorio y voluntarioso a las consignas del director. Gustavo Tabeada, protagonista también en El regreso y Tamara Giubi, son los responsables de desprender las emociones pretendidas.
El viaje a Venezuela de Javier, quien desea militar políticamente, desata la locura de Máxima, que ve en este éxodo la posibilidad de una estadía permanente en el lugar. En ella no existe frivolidad, ni materialismo, su actitud no proviene de una idea contra revolucionaria: se genera a partir de su egoísmo. No tiene intenciones de compartir su amor con nadie, menos con un ideal. Sus necesidades se descubren antes del conflicto. Mientras comen, cree escuchar a Javier diciéndole “Te amo”, pero él permanece en silencio, síntoma que precipita su locura -el principio de la pérdida de conciencia de la realidad-. Luego deviene el desastre. Revolución de valija, golpe de martillo en la cabeza, ventanas tapiadas, cerraduras electrificadas. Gran momento de acción. El conflicto se resuelve: el encierro funciona alegóricamente. La imposibilidad de generar movimiento -símbolo permanente de las utopías-, ante las ataduras que impone Máxima, quien de esta manera representa el sistema conservador.
El tópico revolucionario aparece saturado y así la consigna pierde vigor. Si la idea era exponer la ideología del protagonista, esto se logra excesivamente, tanto como con la imagen de la manteca rebosante en el pan. Quizás con los diálogos, la canción de Víctor Jara y una sola foto de El Che alcanzaban para hacer palpable
(Alumno de 2º año de la carrera de Crítica y Periodismo)
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