Festival de cine Cievyc 09: Modelo vivo


Modelo vivo, de Lucila Frank, con Bernardo Kehoe y Marta Billordo, 15´, 3º año 2009

Modelo vivo, pintor ¿vivo?

“Un cuadro debe ser pintado con el mismo sentimiento con que un criminal comete un crimen.”

Edgar Degas

Lo primero que se oye en Modelo vivo son gritos y llantos, una mujer suplicando no ser torturada, quizás la madre de la modelo. En el siguiente plano vemos a un hombre, quizás el torturador, regando sus plantas y cortando tela, quizás el hilo del relato. El agua que usa no se destina al verde esperanza de las hojas sino a sus errores y pecados, quedando limpio y puro. Todo el corto es en blanco y negro, quizás para mostrar la relación entre el pasado y el presente o porque a la directora se le ocurrió que así era más simple. Un primer plano a una pastilla disolviéndose -al igual que en Taxi Driver-, nos abstrae completamente, distrayéndonos del relato hasta que llega la modelo al departamento del “torturador”, para ser retratada por él. Un plano a su bolso llama la atención por el ruido de un reloj despertador… pero no es esto lo que lleva dentro sino un arma con la que piensa matar al pintor, es decir, al supuesto torturador de su madre.

El pintor hace desnudar a su modelo para poder apreciarla. Ella se desviste por completo, abriéndose a que el artista haga lo que tenga que hacer. De la misma forma en que la picana picaba, el pincel pinta. Ella desnuda, se presta a ser torturada con el pincel. Pero esto no le hace olvidar lo que él hizo con su madre y el propósito con el que fue al departamento. Mientras se ve la cara de indecisión de la modelo por matarlo o no, el pintor la va retratando. Ambos toman vino, la sangre de Cristo, en una especie de celebración religiosa en la que se liberan de pecados. Celebración en la que él muestra cómo la pintura reemplazó a la sangre y en la que llama a sus víctimas, modelos. Luego el pintor empieza a besarla y ella parece disfrutarlo. Pero en cuanto él se pone sus guantes blancos, ella trae a su mente la tortura y a su madre sufriendo. Varios planos al bolso nos van inquietando, los sonidos del reloj despertador nos enloquecen. Hasta que la modelo recoge el arma de su bolso y gatilla, quizás matándolo.

Luciano J Díaz.

(Alumno de 1º año de la carrera de Crítica y Periodismo)

Festival de cine Cievyc 09: ¿Dónde está el maestro?


¿Dónde está el maestro?, de Luis Urquiza, con Ricardo Piazza y Tatin Ponce, 16´25”, 3° año 2009

Arqueología del ídolo

La duda es -junto con el asombro y las situaciones límite- uno de los motivadores del saber. Y la duda titula este corto, que pretende, desde la metáfora, explicar el método de creación del ídolo en el pueblo.

Desaparecer implica un misterio que a veces no se quiere revelar. El misterio lleva una intriga que apasiona, que interesa, que atrapa. Hace tiempo leí que la mujer más atractiva es la que tiene ropa: es la mujer que oculta, la que guarda un misterio, a la que se debe desnudar con los ojos, la que hace trabajar en equipo a la imaginación y al deseo. Ahí estaba Pugliese, demasiado tranquilo. Fue cubierto por la invisibilidad y un barrio lo llora. “¿Dónde está el maestro?” es la pregunta que no deja dormir a Villa Crespo.

El vacío es molesto. Tener un marco conlleva una foto dentro. Un fondo negro es muy triste, necesita llenarse para exhibirse. En este corto, la molestia es presentada por un taburete de piano sin su ejecutor. La banda está completa, sólo falta el maestro. Por ahí alguien dijo que “la falta de algo delimita su valor; si tuviéramos cantidad de diamantes como cantos rodados, no valdrían lo que valen”. Tuvimos nuestros casos: Rodrigo, Gilda, Gardel. ¿Serían tan conocidos y valorados si hubieran muerto de viejos?

En los noventa, una salsa entonaba: “Nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde”. Y al momento de perderlo se lo quiere como nunca. Se lo extraña. Se lo llora. Se hace un monumento para llenar su vacío. Sin vacío, no hay espacio. El secuestrador crea vacío (si se me permite el filosófico oxímoron). La mística y el pueblo, hacen lo suyo. Algunas preguntas es mejor no contestarlas.

Adrián Zorgno

(Alumno de 1º año de la carrera de Crítica y Periodismo)

Exequiel Reydó también escribió sobre ¿Dónde está el maestro? acá

Festival de cine Cievyc 09: Marlene


Marlene, de Francisco López, con Valeria Bon Catalán y Guillermo Rodríguez, 9’, 3° año, 2009.

¿Personalidad o personajes múltiples?

Marlene es un personaje deformado y a la vez un corto deformado, o debería escribir malformado. Debido al manejo de la cámara que parece estar siempre al borde de colapsar. Tiembla moviéndose por doquier entregándole al espectador una molestia que, salvo en algunos planos estáticos, es muy similar al mareo que generan algunos films realizados con cámara en mano. Marlene también posee un desequilibrio que genera su deformación. Ella es una especie de novia de Frankenstein. Es un rejunte de personajes sacados tanto de la pantalla cinematográfica como televisiva. Se la podría catalogar como un pastiche… pero no. El pastiche se encarga de aportar algo nuevo o distinto partiendo de elementos ya existentes, los resignifica. No es el caso del personaje creado por Francisco López. No hay innovación alguna por parte de esta mujer.

Lo primero que el director muestra de su protagonista es un enfoque de sus largas piernas. Aquí dice presente Dietrich como primer cadáver que dona sus piernas, y obviamente su nombre, a la ciencia. Ésta mujer encuentra placer al entrar en casas ajenas y torturar y asesinar a quien viva allí. Algo así como los personajes desquiciados de Funny Games (Michael Haneke, 1997 y 2007) pero en versión femenina. Por último el director, o podría decirse Marlene, crea del asesinato un ritual onírico en el que la joven mujer se convierte en directora, pero de orquesta. Planos detalle de sus manos moviéndose al compás de la música utilizando como batuta un revólver y planos de un cuadro en la habitación. Parece que Marlene posee un Lynch interior (horror onírico y visual), tal vez su corazón, las manos de Mozart y el cerebro de Dexter Morgan. Esto último evidenciado, no solo en el acto de entrar y salir de un lugar sin dejar rastro alguno, sino en el guardar un pequeño souvenir. Una muestra de sangre de su víctima en un puro que guarda en su cigarrera.

El corto finaliza con la cámara alejándose de la casa nuevamente con ese temblequeo exasperante. Ese desequilibrio es el que tiene Marlene en su personalidad y que tiene el señor López a la hora de darle vida a su joven Frankenstein.

Nicolás Ponisio.

(Alumno de 2° año de la carrera de Periodismo y Crítica).

Festival de cine Cievyc 09: Es tan Violeta


Es tan Violeta…, de Karina Donantueno, con Cecilia Layus. 2º año, 2009.

“Mi soledad está hecha de ti.

Lleva tu nombre en su versión de piedra,

en un silencio tenso donde pueden sonar todas las melodías del infierno”

“No hay puertas”, Olga Orozco

Un corazón hecho cenizas

¿Cuál voz podría explicar que la existencia duele? ¿En qué imagen podría hablarse de la angustia? Karina Donantueno encontró la manera de construir un signo de la interioridad en Es tan Violeta… Como una Olga Orozco de la imagen que no habla, del sonido sin origen, lentamente elabora un universo a través de un discurso caótico, una fuente fluida de sensaciones y sentimientos. No es hablar de la soledad. Violeta no habla, no explica, no muestra. Su aislamiento es real, su soledad es palpable pero sin representación única. A través de un collage de disecciones de Violeta en cámara lenta, de movimientos extremadamente lentos, o en el otro extremo, reacciones rápidas, vemos a una Violeta (Cecilia Layus) acosada por un sonido que no se explica de dónde viene: son voces alegóricas ancladas en una sola realidad: Violeta sufre, Violeta no se haya en el universo que la rodea. El entorno es una prisión, el arte –el mural de peces- la libera.

Donantueno logra en este corto de absoluta simpleza lo que Deleuze llama una disyunción entre imagen y sonido. La consecución del despertar de Violeta y el acoso en el patio escolar no estarían completos sin el sonido caótico de voces entremezcladas con ruido de calle. Dos elementos que no tienen nada que ver entre sí de manera aparente logran un enlace en el estrato subyacente y sintetizan un signo de la angustia, que dice más que mil palabras. Es una integración que sólo el cine logra. La síntesis en la ruptura en palabras de Alain Badiou.

Violeta escucha una voz clara entre el ruido que expresa:

Te vas a quedar sola en el recreo.

Estás muerta Violeta.

Violeta, tu silencio grita.

Llega la parálisis, el silencio. En la pausa de la cotidianeidad, ese domingo de muerte, Donantueno alcanza el signo artístico de la palabra dolor.

Norya García

Festival de cine Cievyc 09: Te ví


Te ví, de Cecilia Balbi, con Romina Santoni, Juan Corti, 8´15´´, 2º año, 2009

Te ví, estudiabas contaduría sobre un mantel

El corto se entiende. El relato induce a los sueños, para luego regresar a la realidad, o a la búsqueda de ese sueño en la realidad. No se le puede reprochar nada a la puesta en escena, que trabaja estimulada por el arte, que se mantiene solemne ante la historia. Su destreza se reduce a implantar los planos necesarios, para que se soporte la propuesta. Si bien no sobresale, tampoco importuna gracias a su representación austera y medida. La utilización de los recursos no es lo que aturde, sino la historia, que se vuelve vacía, cursi y molesta. Sin lugar a dudas en Te ví, el contenido es más importante que la forma.

Una joven se queda dormida estudiando. Sueña con un príncipe, que le regala una rosa, que la invita a bailar en una plaza. Se despierta y su impulso la lleva a recorrer el camino transitado en el sueño, exactamente el mismo camino, hasta con la misma luz. Si bien hay cambios en la puesta de cámara, estos carecen de fines narrativos. En la contrapartida de la realidad se intentan dos momentos intensos. Primero, en una larga vereda cubierta en su lateral por arbustos, donde antes conoció al príncipe, ahora se choca con un ser insignificante vestido de humano. Luego, un mimo, fotograma paradigma del corto, le entrega aquella rosa. Parece el príncipe, pero no, es solo un mimo. Después del angustiante retraso del encuentro con su amor azul que ya parece imposible y lejano, inesperadamente aparece un joven con cara de príncipe y la invita a bailar. No es otro que el mismísimo enviado de los sueños, pero vestido como un mortal. Terminan bailando, otra vez con besos incluidos. Final feliz.

Cecilia Balbi, directora y guionista de este corto, no tuvo tiempo para desarrollar una historia original e interesante. Se limitó quizás a la fantasía de tener una aventura amorosa de otra época. Filma de acuerdo a las circunstancias planteadas, que la limitan a desarrollar plenamente su arte. Solo resta felicitar a los actores, por animarse a bailar un intento de vals en una plaza pública, vestidos ni más ni menos que de príncipe y princesa, y también de humanos, que no es poca cosa.

Soledad Bianchi

Festival de cine Cievyc 09: Sr. López


Sr. López. De Jerónimo Clemente, con Claudio Rissi y Alejandra Tossi, 17´, 3º año 2009.

SPOILER ALERT!!

(Atención: se rebelan detalles del argumento)

Un old boy y su pecado de amor

Sr. López se destaca enseguida por la calidad de todos los rubros técnicos, por la capacidad para narrar y por sus actuaciones. Sin embargo, lo que distingue a este corto de los demás es la paciencia. Desde el principio hasta el final tiene claro lo que quiere contar y cómo quiere hacerlo. A contrapelo de la tendencia general que supone contar una sola cosa en cada escena, o que cada escena sirva para una sola cosa, en Sr. López, cada escena forma parte de una narración que fluye constantemente. Jerónimo Clemente no precisa detener la historia para brindarnos información. Las cosas suceden con naturalidad y continuidad como si le pasaran a alguien regido por la lógica del azar, no a un ser incorpóreo y guionado.

También las emociones están racionadas. La historia tiene fe en sí misma y en la narración, no busca emocionar con sentimentalismos ad hoc. Ni gritos a la nada, ni secuencias de actuaciones pretenciosas, ni marcas musicales que indiquen cuando emocionarse.

Otra diferencia con la mayoría de los cortos -algo que se relaciona directamente con los dos puntos anteriores- son las actuaciones. La de Claudio Rissi es la mejor actuación del festival. En ningún momento intenta mostrarnos que sabe actuar: sólo lo hace. Parece compartir la confianza del director en su personaje y en las acciones para transmitir lo que le pasa. Sabe que no se busca su lucimiento personal sino la funcionalidad para con la película. Incluso en el plano final es un hombre desencajado, y no un actor desencajado. Este registro actoral realista y contenido aparece en todos los actores por lo que cabe que el director comparta el mérito

La película se disfruta y se presta a la búsqueda de detalles simbólicos. En uno de los primeros planos del Citroen en la ruta llaman la atención dos carteles viales. Un aviso de curva y otro de cruce de caminos. En ese plano se resume la historia que vendrá. Será un desvío en su camino lo que producirá el cruce no deseado con la persona buscada. Clemente confía en la mirada del espectador. Sabe qué cosas se notan y qué cosas alcanzan con mostrarlas una sola vez. Al principio del corto nos muestra el rosario y la figura religiosa que el protagonista lleva en su auto: en ningún momento se detiene a remarcarlo nuevamente ni a decirlo con palabras. Lo que ahí se revela queda incorporado al personaje. Con una confianza similar se narra el final de la historia en dos planos: el de López con su cara desencajada y el del asfalto con sus camiones.

La suerte parece acompañar a los mejores. Cuando al protagonista se le para el auto en la ruta vemos de fondo un paisaje rural con algunas vacas. Se destacan una vaca y su ternera que caminan hacia la derecha mientras las demás están quietas. Una madre, una hija y el Sr. López, tal vez: todos los protagonistas de la historia en un solo plano.

Al ver el corto por segunda vez queda la duda de si el final no es un poco predecible. La respuesta quedará en la opinión y la experiencia de cada uno. Otra pequeña molestia son algunos planos detalles de los brazos de las bailarinas en el burdel. En un corto que se destaca por la narración, este manierismo rompe con el registro general. Algo similar ocurre con el demasiado estetizado plano de López y Clavel en la cama. Aunque ese plano se resignifica como una imagen trágica cuando se devela que los dos personajes son padre e hija.

Dentro de las sutilezas quedan dos frases de Clavel a su padre. La primera cuando aun no sabemos la verdad. Ella le dice que él está “buscando una mujer”. El enojo de López es porque su hija no es una mujer, es una hija, una nena, un ser asexuado. La otra es cuando ya sabemos quien es quien. Recorrimos todo el corto en busca de una hija. Cuando la encontramos ella misma dice: “Y ya sabés donde encontrarme”. En esa frase, la puta y la hija conviven: la que el padre busca y la que se vende por sexo. Intolerablemente remarcado para el padre y para nosotros, pero no para la narración que no pierde su naturalidad.

Ignacio Izaguirre

(Alumno de 2º año de la carrera de Periodismo y crítica)

Otras dos visiones sobre Sr. López acá y acá

Festival de cine Cievyc 09: Alto detalle


Todo es consumido, todo se consume

Alto detalle, de Helmuth Bohle, con Tomás Scillama, Lucía Nemeth, 6´03´´, 2º año 2009

La ciudad crece en intensidad, se vuelve más veloz ante el paso del tiempo. La pureza, reflejada por la desnudez, peligra por unas manos que se enturbian ante el despertar sigiloso. En el bosque, el carácter humano evoluciona según la niñez, la juventud y la vejez. Carriles de una autopista, que parece seguir trepando hasta el infinito, interfieren esta aparente pasividad. En la ciudad, el estado de percepción cambia. La evasión que permiten los auriculares no alcanza para defenderse del bullicio visual. Un montaje repetitivo, que compone un video clip de imágenes parpadeantes, describe el entorno señalando íconos que representan un malestar cotidiano pero invisibles ante el hábito. Autos importados, casinos, multinacionales, oficinas seriadas, antenas de celular, policía, alcantarillas, cabarets y revistas que muestran una perfección artificial, destellan en pantalla, implantando una esquizofrenia contagiosa.

La contaminación de esos detalles sin importancia de la ciudad, ciega a quien la transita. El mal viaje del personaje, con quien el espectador se identifica por la propia mirada, es logrado gracias a la variación de la cadencia y la profundidad de campo. Luego, varios televisores reflejan lo que sin permiso se introduce en la mente del personaje/espectador. El aparato maligno aparece, y él mismo multiplicado es el que proyecta las imágenes que implanta la ciudad, de consumo y alerta, de no reflexión. El escenario cambia a un niño de traje. El encuadre contrapicado lo hace poderoso frente a una maqueta, que representa la zona más peligrosa de la ciudad en cuanto consumo, ultimando la idea del progresivo resquebrajamiento de las formas, del inevitable avance hacia las jerarquías cada vez más desproporcionadas. Un cigarrillo se consume, y con él, todos.

La cámara representa un lugar cotidiano para los citadinos, pero desde un costado perceptivo, usa recursos funcionales a la trama y se acentúa el ritmo con la manipulación abismal del montaje. Variación de cadencia, stop motion animación, steady cam, diferentes escenarios y formas… todo en función de un relato que se construye con un objetivo nada pretencioso. Acaso, ¿quién no se sintió absorbido por una ciudad cubierta de destellos manipuladores, que arrasan con las sensaciones e impulsan al consumo? Massive Attack conduce musicalmente este camino tan frío y distante, como dinámico al crear ambientes, pero sobre todo, funcional en actitud.

Soledad Bianchi

(Alumna de 2º año de la carrera de Periodismo y crítica)

Festival de cine Cievyc 09: Échenle sal


Échenle sal, de Sonia Bertotti, con Carolina Silva y Daniela Espectro, 8’ 15”. 3º año 2009.

Un aplauso para el cocinero

El corto comienza con una clara referencia almodovariana y no es en vano, pues tocará temas bien trabajados por el director español (como la familia y la muerte) y habrá también referencias estéticas como los collares y pulseras que usan los personajes, los peinados, los colores y la música.

Los primeros planos nos muestran a Carolina, la protagonista, cocinando; vemos un cuchillo y verduras de color rojo. La predominancia de este color es más que significativa, el rojo estará todo el tiempo para recordarnos constantemente que la muerte está presente. Y la muerte se relaciona, ante todo, con el hecho alimenticio. Se muestra la alimentación como un acto de homicidio. Es necesario matar a otro para sobrevivir, y aquel que no está de acuerdo con lo establecido, es víctima de una reprimenda. La madre de las tres mujeres mata a un cerdo para comerlo, y cuando Carolina decide no hacerlo, recibe un regaño. Pero el reto de la señora mayor es mostrado de frente a la cámara, de modo que el espectador se siente directamente afectado: ya no está retando a su hija, nos está atacando a nosotros. Esto, sumado a los escenarios cerrados, a la grotesca caracterización de las dos hermanas (las vemos reír, mostrando sus dientes torcidos), terminan por distanciarnos de estos tres personajes y nos identificamos con la protagonista. Cansada del hostigamiento, Carolina resuelve matar a su madre y comerla como si fuera un cerdo más. El cerdo es el símbolo más conocido de los deseos impuros y la depravación, lo que establece una clara analogía con el personaje materno. De esta manera termina de convencernos de que lo que hace la protagonista es lo correcto, y que la madre merece morir. A pesar de que el acto es horrible, el corto termina haciéndolo loable porque nos convence como sólo los recursos cinematográficos pueden hacerlo: mediante el rítmico montaje, el sonido, los planos detalles de los chocantes personajes. No hay diálogos, no son necesarios los intertítulos; la imagen significa, habla y, vale decir, cuenta con un muy buen manejo léxico.

Romina Quevedo

(Alumna de 1º año de la carrera de Periodismo y crítica)

Otro elogio más a Échenle sal acá

Festival de cine Cievyc 09: Entrevista a Vieytes

Entrevista a Marcos Vieytes, nuevo integrante del jurado del décimosexto Festival Cievyc Cine ’09. Estuvo a cargo de ver y puntuar los cortometrajes de tercer año.

A continuación comparte con nosotros su experiencia y qué impresiones le ha dejado.

¿Cómo fue tu primera experiencia en el festival?¿Es la primera vez que participás como jurado?

Esta no fue mi primera experiencia en un festival. Participé como jurado del FEESALP (Festival de Artes Audiovisuales de La Plata), pero sí mi primera experiencia como jurado de cortometrajes. Creo que no soy un buen espectador de cortos (risas); la mayoría de los que vi fueron de gente ya consagrada, cuando Godard ya era Godard, cuando Herzog ya era Herzog.

Me tocó ver los de tercer año, que son una buena cantidad. Lo primero que tengo para decir es que si me dicen que tengo que ver cortos me gustaría que sean cortos; el tema tiempo me parece muy importante. Hay cortos de 15 minutos que pueden parecer breves y otros de 4 que pueden parecer insoportables. Pero en líneas generales, mientras más sintético me parece mejor. De los cortos de tercer año los que más me gustaron fueron los más sintéticos, aquellos que no exceden los cinco, seis minutos de duración.

Observé en los cortos de tercero dos tendencias: algunos se inclinan por ser más narrativos, con algún caso cercano al género, y otros se acercan más a la estética del cine moderno. Me refiero fundamentalmente a la Nouvelle Vague. La mayoría de esos no me gustaron. Y no es porque tenga una predilección por el género, que la tengo, sino porque, para hacer un corto y enseguida tratar de trabajar con los mismos materiales que trabajaron Truffaut, Resnais, Godard, Rohmer, hay que estar muy seguro de sí mismo. O tener una arrogancia sobrehumana. A juzgar por el resultado final me inclino por lo segundo (risas).

Como no conozco a quienes lo realizaron puedo sonar antipático a priori, pero hay algo que me chocó. Si se empieza con un corto y en los primeros minutos se acumulan citas cinéfilas o signos que son como carteles: “RESNAIS; DURAS; LACAN”, ya se predispone al espectador a ver un material que está a la altura de esos nombres. Es estratégicamente una mala decisión porque la mente del espectador va a trazar una asociación continua con la imagen que está viendo y los referentes que se les da. Generalmente se sale perdiendo de esa comparación.

Hay otros que no se ponen un listón tan alto desde el comienzo y que no le tiran al espectador esa fuente, entonces uno se dispone a una situación crítica menos prejuiciosa. No es que uno los juzgue de manera más benevolente, sino que uno puede tratar de descubrir por sí mismo por dónde van, qué quisieron hacer, cuáles fueron sus influencias o simplemente entregarse al goce que ofrecen las imágenes. En los otros cortos uno está obligado desde el principio a tejer asociaciones muy precisas, muy puntuales, te acotan las posibilidades de descubrimiento. Te encasillan a leer la película como ellos quieran y corren riesgo de no estar a la altura. En líneas generales esta es la situación con la que me encontré.

¿Qué diferencia importante notaste en comparación entre ambas experiencias como jurado?

Principalmente que en los otros juzgaba largometrajes. Pero la mayor diferencia es el criterio de evaluación. En mis otras experiencias tenía que elegir los tres largos que más me gustaban en orden de primera, segunda y tercera posición. Ahí había una selección; extraía lo que más me gustaba. Acá uno tiene que puntuar a todos los cortos del uno al diez. Lo cual te obliga (al menos a mí) a otorgar puntuaciones muy altas a los que más te gustan y muy bajas a los que menos, si votás pensando en que tus favoritos deberían ganar. Con lo cual uno termina no siendo del todo justo.

Un jurado vota para sostener un criterio, y para que ese criterio sea premiado. En los otros festivales uno podía discutir con otros jurados, comparar. Acá somos muchos, y no se puede poner de acuerdo a treinta y tres jurados.

¿Pudiste charlar con alguno de los jurados? ¿Coincidieron en algo visto?

Por casualidad, estando en el Festival de Mar del Plata, pude charlar con Marcela Pietragalla, que es docente en la carrera de Guión, y vimos los cortos justo cuando viajamos al festival. Hubo cortos que desde lo argumental no me gustaron y sin embargo ella, desde la posición de guionista y realizadora, observaba otras características (técnicas) que podían darles un puntaje mayor. Ella tenía un punto de vista más puntal, más preciso. Yo vengo del lado de la crítica, y se tiene todo metido dentro de una misma bolsa; tuve la tendencia a evaluar el conjunto. Por ejemplo, hubo un corto que me pareció técnicamente uno de los más interesantes que se llama Señor López. Técnicamente estaba buenísimo, unos encuadres de pantalla ancha… muy buenos. Yo estaba pidiendo que me guste porque era uno de los más largos. Pero finalmente la resolución me pareció pavorosa.

Pero tiene momentos esplendorosos, como los que tienen lugar en el cabaret, y de eso hablábamos con Marcela. Su percepción era otra, porque a pesar de que tampoco le gustaba la resolución, esos aspectos técnicos le parecían mucho más importantes y la llevaban a rescatarlo, cuando a mí me llevaba a bajar la nota al analizarlo en su conjunto.

¿Notaste algunas fallas (o cosas buenas) que se repiten entre la mayoría de los cortos?

Es complicado, hay que generar una visión del conjunto. Por lo general, se hace evidente que narrar, en los términos convencionales, no le interesa a la mayoría; pero eso no es una falla sino una característica.

Hay pocos cortos de género, en general el acercamiento es a través de lo que se llamó cine de autor o cine moderno. Me imagino que debe ser algo natural viniendo de una escuela de cine, lo que queda explícito en el corto es que hay alguien haciéndolo. Es la técnica cinematográfica, por más que este en un proceso de aprendizaje, la que salta a la vista. Aquella premisa clásica de que el espectador no sienta la presencia de la cámara hoy ya no corre, ni en líneas generales. Eso no significa que sea una falla pero yo particularmente lo siento como una carencia, porque no me parece un detalle menor saber narrar con fluidez. Para mí eso significa que el director sabe utilizar elementos claves como la elipsis, el punto de vista, sin ostentarlo. Es más, creo que primero tiene que aprenderse la narración clásica para que después la trasgresión tenga sentido.

También tengo la sensación de que en general los cortos evidencian la conciencia, en parte, de los directores del lenguaje cinematográfico. Entonces pasan al corto la conciencia de lenguaje que ellos tienen. Pero en realidad es alguien que esta aprendiendo a narrar; yo tomo una cámara no hago ni el diez por ciento de lo que hacen ellos. Igual me hubiera gustado que en conjunto hubiera cortos que narraran un poco más, o que las referencias cinéfilas fueran más amplias, la mayoría va a la Nouvelle Vague. Es cierto que fue importantísima, pero como dije al principio, se tiene que estar a la altura de eso; y además no es la única referencia.

En uno de los cortos que más me gusta, Golem, el uso de los colores habla de que el director vio o tiene una conciencia somera sobre el cine de terror europeo de los sesenta. Por las dos gamas de colores que usa hace recordar mucho a Mario Bava y al esplendor del Giallo italiano; desconozco si los ha visto o lo heredó de otro lado pero por lo menos, tuvo ganas de utilizar otras referencias cinéfilas.

También vi algunos cortos costumbristas. El costumbrismo descansa sobre una operación muy básica: que el espectador reconozca lo que esta viendo, “Uy mira el barrio tal, uy mira la esquina aquella”… pero justamente creo que al hacer ese planteo el costumbrismo juega con el realismo pero no deja de ser una ficción. Tal vez es la más falsa de las ficciones en el sentido moral, porque se cree que poniendo la cámara y utilizando referentes cercanos se hace una operación interesante y es la operación más falsa de todas. Es como las malas novelas. Cuando uno ve los diálogos amorosos tales como “te quiero, te amo”. El discurso amoroso no se puede representar al menos que se haga literatura, que se trabaje, y con la realidad más cotidiana pasa lo mismo.

Lo que me llamó mucho la atención y me pareció negativo es el elogio a la muerte que aparece en un par de cortos, en uno en particular ligado a la religión. Trabajar con la poesía de lo horrendo está bien, pero eso es simplemente una apología de la muerte horrible.

Otra cosa que puedo mencionar es que un director de cortos no tiene porque ser un buen escritor. Con ser un buen lector alcanza, pero algo q puede predisponer mal a alguien que está viendo un corto es un mal título. Un ejemplo es anteponer el adjetivo al sustantivo, porque genera una cierta sensación poética que en realidad obra en contra de lo que se está proponiendo. A veces el mal título se corresponde con un mal corto y en otras ocasiones no. Eco decía que el título no tenía que decir demasiado, porque así genera un enigma.

Lo que quiero decir es que el título es una cosa muy importante, tan importante que creo que el director tendría que pensarlo mucho. Dialogar con los participantes, o simplemente acercarse a un profesor que esté más relacionado con el área literaria; eso ayudaría mucho.

¿Viste algún director o corto que hayas sentido muy fallido; un corto que no estuvo bueno pero que sientas que hay materia prima para trabajar?

Sólo porque quizás lo mencioné, el del Señor López… hay encuadres y un juego con las prostitutas del cabaret de provincia venido abajo, hay algo con la iluminación y los cortes del montaje que están muy buenos. Quizás no hubiera reparado tanto si no lo hubiera conversado con Mariela.

Aparte de Golem me gustó mucho Échenle Sal, de Sonia Bertotti. También cabe destacar La Mía casa, de Marcelo Scoccia. Ahí hay algo raro, se crea una situación en un espacio de dos dimensiones que es interesante pero que no se termina de aprovechar del todo. El vaivén no genera la emoción que podría generar, porque las películas caseras dan para muchísimo, el futuro del cine esta ahí, en el Found Footage. No alcanza a transmitir del todo que lo que se proyecta en esa casa son fantasmas, que toda esa gente esta muerta, pero está la idea y se puede trabajar a futuro

La falla siempre dice más que el logro, en esa falla veo algo, hay una brutalidad en el mejor sentido de la palabra, un pozo de donde puede salir algo interesante. En el plano final volvemos al plano inicial de la casa vista de la vereda de enfrente y hay un muchacho en la vereda. La postura del cuerpo de ese muchacho es extraña, pero de ahí proviene una emoción muy grande. Es una sola imagen, pero se siente que el tipo dejó el alma en lo que hizo. Capaz es un fake y me lo comí todo. Ese plano final logra transmitir emoción; así que la respuesta a tu pregunta, donde veo “materia prima para trabajar”, sería en Marcelo Scoccia, en el corto La Mía Casa.

Entrevista realizada por Germán González Sosa, Nicolás Ponisio y M. Sol Salaberría, (alumnos de 2º año de Crítica y Periodismo)

Festival de cine Cievyc 09: Una nota de azul


Una nota de azul, de Ignacio Balbuena, con Daniella Collini y Rodrigo Yacciofani. 1er año, 2009.

Pretendo descobrir

No último momento

Um tempo que refaz o que desfez,

Que recolhe todo sentimento

E bota no corpo uma outra vez.

Chico Buarque

Colección de sentimiento

No es la historia de Nana, contada en 12 cuadros. No es la historia de una caída. Es sólo un día, una noche, y el recuerdo del comienzo. Pero es indudable que lo que Anna Karina fue para Godard, Daniella Collini lo es para el director Ignacio Balbuena en Una nota de azul. El rostro de la actriz que encarna a la protagonista tiene ese parecido a Nana acentuado por el blanco y negro de la imagen. El director se encarga de enmarcar ese rostro, antes y ahora, más allá y después. La madura cantante y la insegura estudiante.

La diferencia con la historia de Godard estriba en la satisfacción. Nana soñaba con ser actriz de teatro y nunca llegó a serlo. Daniella (se desconoce el nombre del personaje) no sueña con ser cantante. Es una estudiante más, amante del jazz. Amante del blues. Es su amigo, Alejandro (Rodrigo Yacciofani), quien llega para azuzarle las ganas.

Una noche, una salida de amigos, la promesa de un recital que no llega. Es aquí cuando se palpa la diferencia entre la mujer que vemos bailando y cantando en el principio y la chica en blanco y negro. Porque logra crear en el espectador las ganas de ver a esa mujer del principio, cantando. Y ese momento llegará después para Daniella, ahí, en la mujer que ya disfruta de su realización musical. Es increíble lo que un cambio de peinado, de luz y principalmente de actitud pueden lograr en la imagen haciendo pasar a la actriz de chica aniñada a mujer plena.

Se logra a través de la composición. De construir a partir de los detalles, de los toques. Por eso es reiterativo el azul, por eso el leit-motiv del color que se extiende hasta la música siendo el destino de estos dos amigos. Apostando a un color frío logra la atmósfera de calidez para hacer sentir cómodo al espectador, y dejarle un buen sabor de boca. Nada sobra, hasta la conversación trivial del bar acentúa el clima de amistad, de sinceridad, de ingenuidad. Y hacia el final, cuando se teme lo peor, cuando se piensa “y ahora ponen a la chica a doblar una canción y mandan la belleza de lo sencillo de paseo”, surge el mejor de los detalles: la música no concuerda con la imagen porque no es necesario ver a Daniella cantando. Eso habría eliminado el aura de misterio que rodea a la mujer cantante del comienzo, que con una canción –azul, el color más humano- recuerda la noche en que su vida cambió.

Impregnado de nostalgia (sentirse blue, es sentir nostalgia, melancolía), tal vez por la música, el ritmo, la sensación del recuerdo, la calidez de la amistad…

No será Godard, que nos deja suspendidos. Pero Balbuena no necesita serlo. Tiene ese toque de saudade necesario para construir su propia poética.

Norya García

(Alumna del 2º año de la carrera de Crítica y Periodismo)

Festival de cine Cievyc 09: Delicados pastos


Delicados pastos, de Ángel Calvo, con Julio Serrat y Samy Sarember, 5' 45",

3 año, 2009

Lo que mata es el somatismo

“¿Adónde quieres llegar?” Diálogo entre un sacerdote y un moribundo. Marqués de Sade.

Son interminables las discusiones entre cristianos católicos y cristianos no-católicos. Desde la reforma luterana se hicieron muchos avances en el ecumenismo aunque hay ciertas heridas que no cierran. Una de ellas: la iconografía. “No te harás escultura ni imagen alguna” (Exodo 20, 4) ordena Dios a Moisés. Es por eso que los templos cristianos católicos poseen símbolos por doquier y los templos cristianos no-católicos generalmente no poseen. Y es por esto también que este corto presenta el problema de no poder transmitir, a través de la cámara o la puesta en escena, la angustia y la agonía que, creo, debería transmitir. El proselitismo del corto es víctima de la iconoclastía de su credo.

No hay nada en esa habitación que demuestre algo más que un respirador continuo; más cercano a un cover de Darth Vader que a un paciente con las horas contadas. Aunque la unión de manos en el final, la música y las letras de los títulos son un buen cierre, todo lo anterior es una nube tan blanca como las cortinas. Un punto débil sin duda es una mesita de luz que nos dice muy poco: una Biblia y un vaso de agua. No hay remedios, no hay un reloj: su salud y su tiempo ya están marcados. El mensaje es claro, el Salmo se recita. Pero la falencia aquí tiene que ver con las imágenes, no con el guión. Un producto muy blanco para un título tan verde.

Blog con fotos del rodaje: delicados-pastos.blogspot.com

Adrián Zorgno

(Alumno de 1º año de la carrera de Crítica y Periodismo)

Joel Orellano también escribió sobre Delicados pastos acá


Festival de cine Cievyc 09: No me digas adiós…


No me digas adiós… (Todavía), de Jorge Espinoza, con Javier Olguin y Maximiliano Re, 13’, 3° año 2009.

¿Te puedo decir adiós ahora?

Decisiones. Hay ciertas oportunidades que uno no puede dejar escapar, eso es cierto. Pero ¿a qué costo? Sí, el corto llegó al festival, pero despliega tanta cantidad de horrores técnicos que no se sabe qué convenía más: no participar de la muestra o dejar que un corto hecho a las apuradas (o no, que es lo que más asusta) hable mal de sus creadores.

Ya en la primera toma se ven las desprolijidades. Un auto se detiene mientras la cámara se mueve de derecha a izquierda hasta enfocarlo; en este travelling la cámara llega a vacilar tanto, que marea. Como también marea en las escenas desde dentro del auto que va a toda velocidad, y que finalizan con un zoom que logra que el espectador ya necesite un Alka-zeltzer o un Dramamine. En cuanto al montaje y cómo avanza la historia, el corto hace que uno nunca sepa en qué momento del relato se encuentra: no hay un indicativo de nada, ni del día, ni de la hora, y los cortes bruscos entre escena y escena no ayudan tampoco (de hecho, descolocan al espectador dejándolo más confundido de lo que estaba). En la iluminación y el color, también hay cambios abruptos, como en la escena en la que Adrián y Gastón están en un bar, y el color cambia de normal a azul, sin razón aparente. Por último, unas breves líneas sobre el sonido, la joyita de la corona del corto. Las voces se ven pisadas por la música en varias ocasiones (la escena en la que revisan las fotos casi ni se les entiende lo que hablan) o por el sonido ambiente. Una curiosidad: cuando a Gastón le suena el celular, ¡ni siquiera se cuidaron de eliminar la interferencia que genera la llamada entrante con los micrófonos! Y si de micrófonos se trata, vale la pena mencionar el que se ve en la escena del bar. Sí, así de cuidado está el corto (por eso la duda de si está hecho a las apuradas o no).

Decisiones. En el corto, el personaje de Gastón toma la decisión de no seguir con Adrián, si es correcta o incorrecta sólo el tiempo lo dirá. Como así también se dirá en el caso de la que tomaron Espinoza y cía. al decidir presentar este corto.

Exequiel Reydó

(Alumno de 1° año de la carrera de Crítica y Periodismo)

Festival de cine Cievyc 09: Lola


Lola, de Cecilia Balbi, con Lorena Schiavone y Omar Galtieri, 3’ 53’’, 2º año 2009

La ausencia de la ausencia

Lola es una historia de amor que, como tantas otras, no puede ser. ¿No puede ser porque es un amor no correspondido? No lo sabemos; en ese sentido el corto no es del todo claro. Es una historia de amor que no puede ser porque uno de sus protagonistas ya no pertenece a este mundo. Lo malo es que, en ese sentido, el corto tampoco es del todo claro.

Si bien los primeros minutos son alentadores, el cierre lo convierte en un film fallido. En la escena final, Agustín (Omar Galtieri) encuentra la carta que Lola (Lorena Schiavone) le dejó para confesarle lo que sentía por él. Aparece de perfil mientras la lee, y ella está mirándolo desde un costado. A esa altura, el espectador espera que se miren, que el romance se concrete. Pero luego la cámara se aleja hacia atrás, y se deja de ver a Lola. ¿Eso debería dar a entender que en realidad el romance no puede concretarse porque está muerta? Quizás sí. Y hubiera funcionado si el espacio del plano fuera más amplio y mostrara que ya no está allí donde estaba, realzando el vacío que deja su ausencia; pero sólo se ve la espalda de Agustín. Incluso si las intenciones fueran otras y ella siguiera en la habitación, también se hubiera dejado de verla.

El problema principal es que, ante esta situación, el espectador puede suponer, puede inferir, pero no confirmar. A no ser que lea la sinopsis del corto en el programa del festival, donde finalmente se revela el misterio.

M. Sol Salaberría

(Alumna de 2 º año de la carrera de Crítica y Periodismo)

Festival de cine Cievyc 09: El día infinito


El día infinito, de Eduardo Rizzi, con Lisandro Colaberardino y Estefania Bavassi, 17´56´´, 3º año 2009

¡La puerta! ¡¡La puerta!! ¡¡¡La puerta!!! ¡¡¡¡La puerta!!!!

¡Por favor!, ¿no hay un psicólogo por ahí? Una frase de Lacan dice en letras blancas sobre un fondo negro: “la verdad del yo surge precisamente en la locura, cuando el mundo parece disolverse y es puesta en tela de juicio la diferencia entre uno mismo y el otro”. De igual forma, un travelling detallista sobre una llave representa el ocaso y la dicotomía entre el consciente e inconsciente, y de la posibilidad de saber de lo inconsciente a partir de hacerlo consciente. El psicoanálisis como guía y su objeto (la llave) intentan abrir ¡la puerta! para ver lo que sí o no conocemos.

Un relato hipnotiza al espectador a través de apariciones ocultas, un ojo, una mirada y un rostro evitan florecer para entrar en una oscuridad llena de intrigas. Señales que se entrelazan representados por un símbolo, una llave... un enigma. Allí el sonido, profundo y desértico, está acompañado de una luz tenue. La escenografía atrapa con objetos absurdos como una cabeza echa por alambres o un cuadro cubierto por marcas que van de un lado hacia el otro sin un principio y fin.

Aparece una búsqueda de libertad combinada con el miedo a la soledad. En esos lapsos piezas de un rompecabezas, las llaves entrelazadas o el pasar de una mujer acompañado de un fondo musical que dice “I don't need the time, I need your grace alone”… dan cuenta al pasar de la búsqueda de una puerta o una salida. Alcanza con el buen uso de la cámara, la utilización de las luces, el vestuario opaco, la voz en off en el relato y la continuidad musical en su desarrollo. Es discreta la actuación de los protagonistas al cruzar la puerta, miradas perdidas, los golpes de una cabeza contra un espejo y el encuentro tierno con esa mujer a la que busca (la salida). Retoques que renuevan la visión de Lacan en considerar al yo como algo constituido en el campo del otro, es decir, en lo externo.

¿Qué posee esta historia para que el espectador quede atrapado, o no? El buen trabajo de lo absurdo que crea una atmósfera onírica a partir del choque entre el hombre y la sociedad. Pero también la incoherencia, el disparate y lo ilógico. A pesar de que sea una historia bastante metafórica, el autor encuentra ¡La puerta! ¡¡La puerta!! ¡¡¡La puerta!!! ¡¡¡¡La puerta!!!! En su día infinito.

Carlos Lizarraga

(Alumno de 1º año de la carrera de Crítica y Periodismo)

Festival de cine Cievyc 09: El traslado


El traslado, de Darío Scarnatto, con Marcia Lufeudo y Leonardo Krause, 5”. 3° año 2009

Esta es una odisea de amor y enredos narrada por su protagonista: Vera (Marcia Lufeudo). Solterona de 35 años y con apuro. Antes de ir al casamiento de su amiga, tiene que hacerle el favor de llevar a su primo Brandon (Leonardo Krause) a la iglesia. Según le dijeron, “un gordito de camisa verde” que resulta ser un bombonazo extranjero. Yendo de acá para allá con un fitito que tiene picada hasta la cédula verde, deben llegar a la boda como sea. Quien haya sido parte de un casamiento, sabe que los preparativos no son solo un quilombo para los protagonistas sino también para las invitadas (peluquero, maquilladora, manicura, el vestido, los zapatos, la cartera, el horario, estacionar, controlar a los nenes… uff).

El traslado es de lo más hermoso de este festival. Nos recuerda por qué son tan repetidas y satisfactorias las comedias de Olmedo y Porcel los domingos a la tarde. Y lo más importante: que no hace falta putear hasta el hartazgo para hacer una buena comedia argentina. Una sobreactuación maravillosa de la protagonista, nos recuerda las mejores actuaciones de Susana Giménez y Moria Casán. El humor inocente y físico logra dejar de lado el sonido: el único punto flojo de este corto. Scarnatto nos regala cinco minutos que combinan Gimme gimme gimme de Abba y una cumbia como nunca nos lo hubiéramos imaginado.

Adrián Zorgno
(Alumno de 1º año de la carrera de Crítica y Periodismo)

Festival de cine Cievyc 09: Enajenados


Enajenados. De Luciana Digiglio, foto y cámara de Matías Calzolari. 3´30´´, 3º año, 2009


Todo se nota

Para un espectador poco atento Enajenados parece basar su atractivo en la técnica de stop motion, en los personajes de plastilina (supongo que es plastilina) o en un perro simpático. Se puede llegar a pensar que estas características por sí solas producen necesariamente ese efecto adorable. Obviamente no es así.

El corto funciona gracias a una conmovedora dedicación al detalle. Cada objeto y cada movimiento están cuidadosamente realizados y pensados. Las expresiones de los personajes les dan vida propia y una existencia real. La película demuestra cómo la verosimilitud, la creación de un mundo propio y la invisibilidad clásica no dependen del parecido con la realidad sino del trabajo en la construcción de ese mundo.

La directora Luciana Digiglio se toma un trabajo obsesivo y dedicado mientras se ocupa de desaparecer de la acción. Sin duda cada uno de los gestos y detalles que vemos llevan mucho más trabajo que cualquier acción espectacular, efecto de montaje o movimiento con cámara en mano. Sin embargo Luciana se entrega a ellos sin pedir nada a cambio. Cada acción del corto está pensada y luego maquillada hasta hacerla absolutamente natural.

La historia en sí es casi nada, es difícil enunciarla sin sonar banal. Un hombre vive enajenado por la televisión. Su perro –conscientemente, o sólo en función de la historia- trata de rescatarlo de esa enajenación. Sus ladridos hasta logran voltear el televisor pero no rescatar al hombre de su alienación.

El logro está en enriquecerla en los detalles hasta el punto de que cada pequeño acto toma importancia, sea narrativa o estética. Hipnóticamente encantador, se nota confianza y amor en todos los recursos utilizados y en el trabajo en sí. Es conmovedor pensar en el minuto a minuto de este rodaje. Acomodar un brazo, modificar un gesto, diseñar un decorado, analizar los movimientos de las manos de una anciana al tejer hasta lograr que sean naturales en un pedacito de plastilina.

Hacer que un perro cobre vida y lo sintamos, al mismo tiempo, lo suficientemente perro para enternecernos y lo suficientemente humano para adivinarle una intención y una emoción. Por ejemplo la decepción cuando el hombre logra acomodarse de costado y seguir con su rutina televisiva.

Alguien me dijo alguna vez que todo se nota. Parece ser la primera regla con la que está hecho este corto. Tanto la fotografía como el sonido tienen las mismas características ya mencionadas. Pasión por el detalle al servicio de la totalidad. Con una enorme generosidad hacia el espectador y una falta de soberbia que provoca envidia a falta de otros pecados.

Sólo dos personas en el equipo técnico son suficientes para cubrir todas las áreas con la misma riqueza, siempre al servicio de la historia. La cámara siempre colocada con criterio y el uso de los cambios de foco alternado con los cambios de planos para pasar la atención de un personaje a otro, demuestran trabajo y observación. El montaje es el que lleva el tiempo de la historia creando un adorable suspenso.

Además de los detalles que enriquecen y producen las acciones principales están los pequeños detalles que le dan cuerpo y profundidad a la historia. El movimiento de la cola del perro, pensado y realizado aunque sea fuera de foco y en la oscuridad, la cara de cada personaje en los portarretratos, el ya mencionado tejido de la mujer. Un movimiento mínimo es el ejemplo máximo de este cuidado amoroso por el detalle. Cuando el televisor ya ha caído vemos la habitación en plano general. Antes de que el hombre baje lentamente su brazo con el control remoto, la mujer del tejido baja, apenas, su brazo libre y mueve casi imperceptiblemente su cabeza. Eso es construir realidad desinteresadamente.

La próxima vez que escuchen un “dejalo así que es lo mismo” o un “igual nadie se da cuenta” comparen Enajenados con la gran mayoría de los cortos de este festival.


Ignacio Izaguirre

(Alumno de 2º año de la carrera de Crítica y Periodismo)