Dirección: Andrés Jarach
Guión: Andrés Jarach, Kéthévane Davrichewy
Fotografía: Isabelle Razavet
Montaje: Joziane Zardoya
Producción: Patrick Winocour, Juliette Guigon
Paises: Argentina, Francia
No hay paisaje en el mundo como el del sur de Argentina. Las hojas de los álamos tienen la cualidad de brillar como si fueran plateadas al sol del verano. En otoño, amarillas, nos llenan de nostalgia. Tal parece ser el retrato de Andrés Retamal que hace Andrés Jarach en su película El Gaucho. Retamal encarna el sur. Esa pampa donde conviven los elementos, el desierto y los hombres. La modernidad ha traído algunos cambios, pero la vida de Retamal es la misma. Narrada a veces en payada, en coplas, o por la misma imagen, se perfila el destino del viaje y del hijo de Retamal, Gabriel, que contará a lo sumo con 6 años de edad.
Un narrador va sumando hechos para descifrar al gaucho, y el motivo de ese viaje “para conocer el mar: esa pampa azul”. Retamal dice lo justo y necesario, pero con su hijo muestra diálogos de absoluta ternura y candidez, que arrancaron las risas de los espectadores, y gestos de comprensión. El gaucho, hombre tatuado en el paisaje, es uno con la naturaleza y la domina. Jarach logra componer en imágenes las distintas tareas del gaucho con sutileza, sin impactar la mirada. Se sacrifica a una res: suena el primer golpe a la cabeza del animal y éste se desploma, para luego fundir a negro y sólo escuchar los ruidos de esta faena. Cuando volvemos al lugar, sólo quedan los perros de la chacra lamiendo la sangre. Entre todos separan las partes, le enseñan a Gabriel cómo se corta. Hay algo de tarea rutinaria, un acercamiento carente de crudeza, que para nada desagrada. En otro momento, Andrés se acerca a un caballo rebelde con mirada fuerte, el pingo baja la cabeza, rehúye la mirada y acepta la mano. Se instala entre ambos el respeto inspirado por el gaucho. Una leyenda reforzada en todas las domas de las que participa. Siempre impenetrable, en silencio.
La película logra trasmitir la sensación de destino definitivo, que muchas veces sentimos en la literatura gauchesca. Al encaminarse hacia el final, son escuetos los datos que indican lo que sucede, pero aún así todos comprendemos: la soledad es el único camino de un domador como Retamal.
Jarach abre el plano mostrando lo inagotable de nuestro territorio, inamovible. La mirada se dispersa como la historia, sensación continua que atraviesa la película, como si se mirase el horizonte mismo. El gaucho no evade el sufrimiento ni el destino que le impone la tierra misma. Así, el llamado de la sangre determinará los antiguos nuevos caminos.
Norya García
2 comentarios:
Los felicito por esta cobertura. Me hubiese gustado ver en otros medios la misma deidicación para con el cine nacional que ustedes tuvieron.
muchas gracias, fue hecha con amor.
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