Título original: Castro
País: Argentina
Año: 2009
Director: Alejo Moguillansky
Reparto: Edgardo Castro, Julia Martínez Rubio,
Esteban Lamothe, Alberto Suárez
GUIÓN: Alejo Moguillansky
FOTOGRAFÍA: Gustavo Biazzi
MONTAJE: Alejo Moguillansky, Mariano Llinás
PRODUCCIÓN: Mariano Llinás, Laura Citarella
La pantalla se llena de energía. Los personajes se entrelazan en una mezcla esquizoide de acciones físicas que le dan sentido a Castro. La melodía, emitida por un piano, armoniza con el desenfreno de éstos, que ejercen su oficio de marionetas sin destino. En conjunto, forman un juego coreográfico, tan dinámico como sincronizado. La noción de espacio es clave para definir los movimientos y la dirección incierta de sus caminos. Calles, estaciones, autos y departamentos son víctimas felices del recorte de las cámaras, que captan la naturaleza exacta de las relaciones entre perseguidos y perseguidores. De allí en más, la punción constante de los participantes aumenta el dinamismo, en la medida en que se van dando a conocer sus actitudes frente a los obstáculos que se les presentan.
El ritmo no decae. No podría hacerlo, es impredecible. Todos siguen las órdenes emitidas por alguien y no se detienen a reflexionar por qué lo hacen. Celia, la novia de Castro, le pide que busque trabajo porque su amante/esposo/novio/jefe se lo indica, sin justificación evidente. Esto es solo el comienzo de una sucesión de imposiciones que se explican en la motivación de acechar al otro, pero que carecen de sentido específico. Es la ficción la que los atrapa y no los deja salir. Castro choca contra un paredón y se detiene, quizás para siempre. La analogía es completa, ya que Abel, su antiguo maestro, antagonista y líder de la persecución, duerme contra una pared. Quizás Castro, que descansaba en placares, ahora acomode sus sueños en un lugar, si no más cómodo, al menos, horizontal, y deje de esconderse, de escapar. Mientras tanto, la lluvia cae y las gotas anuncian el triunfo silencioso de Acuña, el menos interesado en perseguirlo, quien ya había sido eliminado “del juego” y se retira libre con rumbo incierto, alejado de la manipulación de los demás.
La propuesta visual, dentro de un contexto osado para el entendimiento total de las posibilidades narrativas, es completa. Autos viejos en un mundo nuevo que carece de impresión temporal, que se pierde en un espacio sin distancias marcadas. Ésta atemporalidad se explota en la imagen, con un predominante amarillo, que se refleja en donde puede, que le da a Buenos Aires un aire desconcertante. Los colectivos solo conducen a puntos cardinales, entre esas cuatro combinaciones posibles se desenvuelve un laberinto que no tiene salida, del que para escapar solo hay que pegar la vuelta. Si no, pregúntele a Castro.
El registro actoral impone la definición de la manipulación de los personajes. Los diálogos presentan una verborragia que desenvuelve los sentimientos robóticos que los impulsan a conducirse sin reflexionar. La elección tiene reminiscencias del realismo Bressoniano, del estilo Rejtmaniano, de un buen modo de tratar la ficción con autoridad.
Castro sobresale por su actitud de ir a por más. No cae en atropellos sentimentaloides, ni en fórmulas cotidianas. Renueva la sinergia de recursos cinematográficos, va un paso más allá, prueba y no se equivoca, al menos, no del todo. Alejo Moguillansky, director-guionista, es el responsable de dibujar una nueva línea en la producción nacional. No es casualidad que el nombre de Mariano Llinás realce los créditos. Tampoco que su media hermana, Todos mienten, de Matías Piñeyro, comparta similitudes que hace a ambas películas decididos representantes de la misma especie. Este aparente triángulo amoroso, con Llinás en el vértice principal, nos hace enamorar, ¡Que viva el amor!, el no explícito, ni obvio, ni aburrido, ese amor por innovar, crear y jugar. Castro ganó el premio a mejor película en la selección oficial Argentina BAFICI 2009, ganó y muy merecidamente.
Soledad Bianchi
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