Cobertura del BAFICI 2009: El viaje de Avelino


Título original: El viaje de Avelino

Director: Francis Estrada

Guión: Francis Estrada

Fotografía: Carla Stella

Montaje: José María del Peón

Producción: Marcelo Céspedes

Francis Estrada hace un extraño viaje que recorre lo testimonial, el suspenso y el informe periodístico. Durante la primera parte amenaza con ser una de esas películas en la que los esclarecidos, progresistas y tolerantes llegados de la vorágine de la gran ciudad, nos asomamos a la vida plena de armonía y realmente auténtica de los habitantes de un pueblo perdido en la puna catamarqueña. La cámara toma el lugar de visitante admirado. Enfatiza, así, la diferencia con esa vida mientras hace de cuenta que simplemente es una observadora imparcial, como si dijera: “yo sólo estaba acá mientras esto ocurría”. El degollamiento del cabrito sería el paradigma de esta primera parte.

Pero, lentamente, el testimonio se transforma en película. Avelino vuelve a su pueblo ínfimo en el medio de la montaña donde lo espera su hija Nely, quien se encuentra en los principios de una gripe. La enfermedad empeora poco a poco. Avelino con un amigo y su hija emprenden un viaje en burro. Deberán llegar al pueblo de Fiambalá para salvarla. El director comienza a jugar con el espectador. La película se convierte en una desesperante carrera por la vida de la nena. Lo admirable es que lo consigue sin abandonar jamás la parsimonia: es una apasionante secuencia frenética con ritmo puneño. Toda la lentitud, parquedad y tranquilidad de Avelino y sus vecinos se ponen al servicio de exacerbar el suspenso. Estrada se concentra en las detenciones, en los descansos y en las dilaciones para conseguir este clima. Los dos hombres, la nena y el burro llegan a una ruta luego de atravesar la montaña. Se cruzan con una camioneta que se detiene. El conductor los saluda.

- Hola Avelino.

- Buenas (fulano).

- ¿Dónde vas?

- Voy a llevar a la nena al hospital que está enferma.

- Bueno, suerte Avelino.

Esta conversación es, también, dominada por la parsimonia. Toda la desesperación -cuando digo toda, quiero decir toda- queda del lado del espectador que contempla azorado como Avelino no pide que lo lleven y el conductor tampoco se lo ofrece. La camioneta empieza a moverse, avanza unos metros pero -en una imagen que ningún director de Hollywood se hubiera privado de acompañar con la novena de Beethoven- vemos como se encienden sus luces rojas y se detiene: Nely llega al hospital y se salva.

A partir de aquí, entra a tallar el periodismo. El director lo ridiculiza (enfatiza) con el contraste que establece entre lo que venimos viendo y el trajeado locutor de TN que cuenta la misma historia. Sin embargo, el contraste marcado no logra evitar que el relato de su película se contamine de “documento periodístico”: la emoción palidece.

En una leyenda final nos enteramos de que tres años después ocurrió una historia similar aunque sin un desenlace feliz. Me permito opinar que las imágenes de TN sobran. La leyenda sola hubiese alcanzado para explicar que acabábamos de ver una historia real y que, posiblemente, la verdadera historia que se estaba contando era la de la tragedia: sin ficción, sin final feliz.

Ignacio Izaguirre

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