El Descanso es una de las muy buenas producciones nacionales que se puede disfrutar en el Backfici. Fresca y divertida, la trama se desenvuelve ante el espectador con facilidad y gracia. El comienzo del film nos presenta una road movie clásica: una ruta, un paisaje, un accidente, una historia. A causa de una desgracia, unos típicos personajes de ciudad llegan a un pueblo sumido en la pobreza que pertenece a un poderoso abogado. Allí conocen a excéntricos personajes que los invitan mediante su hospitalidad a quedarse más de la cuenta. Freddy (Juan Ignacio Machado) queda fascinado por un viejo hotel abandonado de la década del 30. En su locura por reconstruir el hotel conoce aSalvador Serrani un descendiente de aborígenes que conoce sobre el pasado de dicha posada. La película cobra textura con la aparición de los extravagantes personajes que forman una especie de comunidad cosmopolita que interactúa a pesar de sus diferencias sociales y culturales. El crisol racial lo termina de conjugar el primo “garca” de Freddy que llega como invitado a la fiesta que se realizará por el cumpleaños de Osvaldo (Fernando Miasnik). Este personaje –versión actual de Isidoro Cañones – se presenta en la fiesta con dos modelos rusas como invitadas. A partir de situaciones delirantes, vemos como Freddy y Osvaldo descubren parte de su cultura, de sus raíces que les eran desconocidas. A su vez, los pueblerinos se encuentran ante un futuro también desconocido para ellos. Tecnologías y personas componen este “nuevo mundo”. Por un instante se deja vislumbrar una utopía posible de coexistencia entre razas, diferencias sociales y la perfecta armonía entre lo autóctono y lo nuevo.
Sin embargo. hacia el final, la trama del film da un vuelco bastante brusco. Las risas se apagan y el ambiente se torna turbio. Se suceden escenas de persecución que están bien logradas, pero nada más. La última toma de la película nos muestra un “ángel azteca” mirando al pueblo desde una colina. Recoge del suelo un poco de Diorita –mineral utilizado para la construcción– que procura simbolizar el avance constante del progreso que, acaso, solo encontrará su fin con el fin de la raza.
Germán González
Se pudo ver 26 de marzo, atlas santa fe,27 de marzo Hoyts abasto, 28 de marzo Hoyts abasto.
Cocina tiene como protagonista a una chef. Mejor dicho, Cocina tiene como protagonista a la cotidianeidad de una chef. Empieza con unos interminables minutos del personaje en su cocina, inmerso en la rutina diaria de lavar platos y preparar comidas, con planos cortos de su delantal o sus zapatillas, de ella sacando panes del horno, cascando huevos…todo en completo silencio. Luego corte y en el siguiente plano charla con un hombre. La conversación es por así decirlo totalmente existencialista. No se termina de entender de qué hablan. Después vuelvea su cocina, conversa con este mismo personaje recordando épocas de facultad; deja entrever que en realidad ella estudió para arquitecta aunque ahora practica otra profesión. Hay una escena donde está con un grupo de amigos y por supuesto la cocina, donde se destaca uno de los momentos más logrados cuando uno de ellos cuenta una anécdota muy graciosa, pero no alcanza a levantar el clima denso que reinó hasta el momento. Luego en su casa, donde se ve por primera vez un interior diferente a la cocina. Ahí le enseña a hacer té al mismo personaje del principio de quien, momentos después, nos enteramos de que es el ex esposo. El cortometraje está siempre sumido en charlas que aparentemente permiten una segunda lectura, una enseñanza o un pensamiento. Pero no logra su objetivo, nunca nos deja pensando o nos toca, aunque puede dar la fugaz sensación de que sí. En fin, su cotidianeidad mezclada con conversaciones etéreas sobre cosas intangibles de la vida -podría ser mas simplista y escribir sobre la nada- y silencios complicados de soportar, hacen que el film provoque lo que se podría llamar una cierta somnolencia culinaria.
PRODCUCCIÓN: Julia Miraglia, Wendy Gosselin, Darío Schvarzstein
FOTOGRAFIA: Fernando Lockett
GUIÓN: Darío Schvarzstein
CON: Luis
Pisar las baldosas flojas los días de lluvia, empujar cuando dice “tire”, tirar cuando dice “empuje”, presionar enter antes de leer el recuadro, leer los subtítulos en inglés aunque la película esté hablada en castellano. Por culpa de este último defecto es que en mi cabeza la anécdota sucede así: El peluquero le pregunta a Perón cómo quiere su corte, el general se sienta, se mira en el espejo y responde, “quietly”. Lo veo ridículo pero cristalino, como si hubiera estado ahí, Perón con su traje de general, con el pelo corto y engominado (esta es la parte donde el recuerdo revela su falsedad, no creo que nadie vaya al peluquero engominado) se sienta y, sin girar la cabeza, dice “quietly”. Por supuesto que lo que en realidad dice, o dice el peluquero que dice, es “en silencio”.
Pero que el trabajo del traductor no sea en vano, vale “quietly” porque es tranquilamente como Darío Schvarzstein construye este relato sobre Luisito, un hombre de 91 años que dice haber sido el peluquero de Perón hasta la revolución libertadora (sic), cuando abrió el local de colegiales en el que lo vemos cincuenta años después. Poco a poco conocemos su local detenido en el tiempo, como el reloj a las nueve y cinco. Sobre este tiempo detenido se enfatiza durante todo el corto con planos en los que el local está casi a oscuras pero vemos a través de sus ventanas los colores y la luz de la vida actual que continúa.
La película construye a un personaje encantador sin definirse entre el documental y la ficción. La pregunta sobre realidad o ficción no pertenece solo al espectador con respecto al corto sino también al corto con respecto a la historia que Luisito cuenta. Ni crédulos ni desconfiados acompañamos esta indefinición sin padecerla.
Luis se para en la puerta de su local, mira hacia un lado, después hacia el otro, como si realmente estuviera por venir alguien, baja la cabeza y con mucho cuidado se abrocha los botones de su delantal de trabajo. Cada tanto entra algún cliente con el que tiene conversaciones de peluquería grandtoriniana, otro con el que no cruza palabra, no más de uno o dos por día. El resto del tiempo no hace nada. Él mismo dice que no gana plata, pero que es preferible estar ahí a quedarse en casa sin nada que hacer. Tampoco hace mucho en su local, pero la idea de que algo puede pasar mueve al mundo (o al menos a los canales de noticias) así que Luisito espera ese algo y mientras tanto hace tiempo. Es un hombre de 91, cuya historia está en un pasado remoto, que tranquilamente y en silencio hace tiempo, pero por alguna razón, puede que no tan misteriosa, salimos del cine con una sensación de vitalidad y alegría.
MONTAJE: Martin Mainoli, Lukas Valenta, Alejo Moguillansky
PRODUCCIÓN:Gerardo Naumann
Novios de Campo se pude definir con una sola palabra: sencillez. Los dos únicos personajes cuentan sus aventuras amorosas en un tono de anécdota, propio de los abuelos que rememoran sus andanzas de juventud en tonos sepias.
Él cuenta cómo conoció a su actual esposa frente a una pequeña fogata en medio del campo, sin levantar la mirada del suelo en ningún momento. Llama “ella” a su señora y la conoció entre tranqueras, repartos de leche y pedidos formales de visitas, permitidas solo los sábados y domingos. La otra historia se muestra más compleja. La señora expone sus aventuras de amor de una forma contraria a la anterior. Mira directo a cámara, sin recelos, como invitando a escuchar su relato acerca de la forma en que dejó “al Osvaldo” por “el Felipe” y de sus escapadas de la casa paterna para ir al baile o la función de cine vedados.
Sin recurrir a la eterna sucesión de imágenes sin mucho sentido o los típicos silencios interminables que suelen poblar los cortometrajes, este pequeño film prueba que siempre es agradable escuchar anécdotas que nos recuerden que la simpleza a veces dice mucho más.
Andrés Di Tella es un destacado director argentino de documentales. Fue el creador y primer director artístico del BAFICI. Actualmente dirige el Festival de cine de la Universidad de Princeton. En esta segunda parte de la entrevista que nos concedió nos habla del Cine Argentino actual y de los pro y contras que le ve al BAFICI.
-¿Qué pensás del cine nacional actual y sobre el llamado de atención que genera el BAFICI cada año?
-Estamos ante una edad de oro del cine argentino. Hay una variedad de producciones que antes no había. En los años 80 el cine nacional era horrible; hubo una transformación radical. Hoy hay cientos de personas haciendo películas y tiene que ver con eso, la cantidad hace a la calidad y evidentemente existe un clima mucho más estimulante que hace 20 años atrás. Aunque siempre hay problemas de tipo institucional y económico, pero la respuesta de los que hacen cine de actuar a pesar de todo, entre los cuales me incluyo, me parece increíble.
-¿Qué te parece el cine documental en Argentina?
-El documental es uno de los factores renovaron el cine argentino. Es mucho más fácil para cualquiera agarrar una cámara y salir a filmar que hacer una película de ficción con actores, maquillaje y mucha más producción. Que tanta gente haya salido a hacer documentales inspiró a otros a hacer ficciones; hubo también cruces entre ficción y documental, influencias mutuas. Vuelvo a preguntarme dónde termina el documento y dónde empieza la fabulación.
-¿El BAFICI es la plataforma para el cine documental nacional?
-Una de ellas. Una deuda pendiente del festival es poder apoyar los estrenos durante todo el año; que no se termine todo en diez días.
-¿Cómo ves la proyección a nivel mundial del cine argentino?
-Hay un interés que nunca hubo antes, que se ve reflejado en la cantidad de producciones, o en la cantidad de extranjeros que vienen al BAFICI, por ejemplo.
-¿Cómo surgió la idea del BAFICI?
-Me llamó Darío Loperfido, que en ese momento era el secretario de cultura de la ciudad y ya había creado el Festival de teatro. Su idea original era hacer un año de teatro y otro de cine, pero ante el éxito del primer festival se decidió hacerlo anual. La convocatoria fue así, y se trataba de todo un desafío y teníamos que trabajar en condiciones muy precarias; de hecho creo que en la primera edición contábamos solamente con una computadora, no había Internet… las condiciones eran aparentemente imposibles. Una cosa que creo importante es que quienes hicimos los primeros festivales éramos cineastas. Estaba con Esteban Sapir, Eduardo Milewicz y un grupo de jóvenes productores como Hernán Musaluppi y Carolina Konstantinovsky, que después participaron en numerosas producciones. En ese momento, las condiciones precarias con las que contábamos nos parecían las normales; con los años, el festival se transformó en otra cosa, pero aún mantiene algo de ese espíritu. Como dije antes, creo que hay demasiadas películas. Y por otro lado, hoy es un festival que está casi enteramente en manos de los críticos, lo cual no me parece del todo sano.
-Habiendo estado al frente del BAFICI y luego del festival de cine de Princeton, ¿Podrías hacer una comparación entre ambos festivales?
-Son dos cosas totalmente opuestas. El BAFICI fue un festival importante desde el principio, con apoyo del gobierno de la ciudad, en el que se presentan bastantes películas; en esta edición se presentan más de 400. El festival de Princeton es más reducido, son solamente seis películas que se proyectan en tres días. La idea es que se genere un debate entre académicos y críticos que pertenecen a la Universidad o que se acercan especialmente. Ambos festivales son interesantes pero es difícil compararlos.
La única crítica que le haría al BAFICI es que precisamente hay demasiadas películas y se quiere abarcar demasiado. Pensando además que esas películas implican siempre un gasto… Pero además es difícil poder compartir tanta cantidad de títulos; uno habla con personas y nadie vio la misma película que uno. En ese sentido creo que se perdió un poco la experiencia que se vivía en los primeros años de una vivencia un poco más “comunitaria”.
-Una última pregunta... ¿Qué te parecen los criterios de selección del BAFICI?
-La observación que hice de que había demasiadas películas o que pasó a ser un evento dominado por la crítica en lugar de cineastas es hilar muy fino. Es un festival que, a lo largo de sus diez años, ha tenido un nivel de programación muy alto. Y aunque mucha gente se queje, la organización es extraordinaria. Estuve en muchos festivales en otros países, incluso en el primer mundo, y la organización del BAFICI es muy superior y existe un gran compromiso de quienes trabajan en el proyecto. La opción de comprar las entradas por Internet funciona muy bien, siendo algo muy difícil de organizar e implementar.
Entrevista por: Norya García, Nicolás Ponisio y María Sol Salaberría
Andrés Di Tella es un destacado director argentino de documentales. Fue el creador y primer director artístico del BAFICI. Actualmente dirige el Festival de cine de la Universidad de Princeton. Nos concedió una entrevista en la que habla de ambos festivales, de sus nuevos proyectos y de cómo ve al cine nacional actual.
- En el 2007 presentaste Fotografías, aquí en el BAFICI: ¿Cómo fue llevar una historia tan personal a la pantalla? ¿Qué sentiste al reconstruir una historia que precede a la propia?
- Creo que cuando uno quiere contar una historia, sea en cine o en literatura, se trata de alguna manera de algo personal: algo hace que quieras contarla. Inclusive los actores de una obra de teatro necesitan apelar a su propia experiencia para interpretar a un personaje.
- Pero en un documental, por lo general, el realizador intenta borrar las huellas personales, y justamente tu documental tiene anclaje en vos mismo…
- La diferencia está cuando aparecen los nombres propios. Cuando la historia que se está contando no es la de un personaje “X” sino literalmente la de Andrés Di Tella, que se supone que soy yo, ahí es donde se complica un poco…y más en el cine porque se ve quien soy, mi familia y mi verdadera historia sin disfraces… aparentemente.
- ¿Es muy frágil el límite entre ficción y realidad?
- Yo creo que sí. A mí me interesan la vida de las personas, los destinos, las historias verdaderas. Esas historias que ningún guionista hubiese podido inventar. La de mis padres era una historia que tenía ganas de contar: el encuentro de un argentino y una mujer hindú. Por el recibimiento que tuvo la película - tuvo mucha repercusión no solo en Argentina sino también en otros países- llama la atención que algo tan personal tenga algo de universal. En el fondo, aunque la historia concreta sea la de mi mamá, la fui reduciendo a elementos muy esenciales y, en definitiva, no cuento tantas cosas de ella. Hasta algunos amigos suyos se quejaron de que no era suficiente. Lo que quise, fue mostrar solamente la punta del iceberg, dejando invisible el resto para que sea el espectador quien imagine eso que no puede verse…Que lo imagine con sus propios sentimientos y experiencias, que es lo que pasa cuando se lee una novela o se ve un film. Sin embargo, al haber nombres propios le da una vuelta de tuerca que me resulta interesante. Todavía no sé si es un documental. Hay actores pero se representan cosas reales y que sucedieron. En el fondo no me importa mucho si es o no es ficción.
- Fuiste el director artístico del BAFICI. También sos director de cine, guionista y, ahora, el director del Festival de Cine de Princeton: ¿Cuál de estos roles sentís que te caracteriza mejor?
- Lo que más me gusta es escribir y hacer películas. Pero el resto de las cosas como, por ejemplo, hacer este festival que resulta increíble que siga en pie después de diez años, son satisfactorias. Me gusta mucho dirigir el Festival de Cine de la Universidad de Princeton. Pero también uno va haciendo las cosas un poco por necesidad. Definitivamente lo que más me gusta es dirigir y escribir.
- ¿Hay algún director que te llame la atención en este momento?
- Muchos. En este festival, por ejemplo, se presenta una película de Ezequiel Acuña (Excursiones) que me genera muchas expectativas. Me pasa lo mismo con la de Martín Rejtman y Federico León. Hay grandes talentos. Es un gran momento del cine argentino. Acabo de ver los “work in progress”…Y había algo de Gastón Solnicki, que dirigió Süden el año pasado, y ahora está con un proyecto bastante personal e interesante. También hubo algo de Jorge Gaggero y de Verónica Chen, que son dos grandes directores. Hay un nivel de producción increíble y que resulta muy estimulante…Creo que el BAFICI tuvo mucho que ver con eso.
- En tus comienzos: ¿Tenías algún director que consideraras como modelo?
- No, porque la verdad es que empecé a dirigir un poco por casualidad. Primero fui periodista y después terminé trabajando con un director haciendo investigaciones. Más tarde fui asistente de dirección de Alberto Fisherman que fue, de alguna forma, un gran referente para mí. Siempre hay directores que uno admira pero no necesariamente tiene que tomarlos como modelo. Una de las cosas que aprendí con los años es que uno tiene que dar lo mejor de sí: estaría bueno ser Ozu, pero me sale Andrés Di Tella.
- ¿Estás trabajando en algún proyecto actualmente?
- En este momento estoy terminando un libro que probablemente se publique en el mes de agosto, Fotografías. Es una serie de ensayos personales, algunos relacionados justamente con la película. También estoy escribiendo un guión con mi mujer, Cecilia Szperling, que se llama Selección natural y está basado en una novela que ella escribió el año pasado. Por otro lado, empecé a filmar un proyecto que podría considerarse documental: más en la línea de lo autobiográfico que lo que estuve haciendo en los últimos años. Tiene como título provisorio La edad de la razón.
Continuará…
Entrevista por: Norya García, Nicolás Ponisio y María Sol Salaberría