¿Plagio? ¿Robo a mano armada? ¿Quién tiene la culpa de que la historia sea cíclica? ¿Compartirán Fritz Lang y George A. Romero una estética reclusiva en dos contextos históricos diferentes? A simple vista, el teutón tiene una ventaja de casi ochenta años para afirmar “yo canté pri”.
Treinta y siete años después de su ópera magna La noche de los muertos vivos, Romero abrió en 2005 Tierra de muertos con el viejo logo de
El señor de los antropófagos tuvo también en cuenta la puesta en escena al servicio de la narración. Así se hizo presente de sobremanera en Metrópolis, como ejemplo del cine alemán de posguerra, donde deseaban encerrarse en sí mismos para no ver el desmadre que había producido
En ambas películas, el capitalismo es una lujosa torre donde el hombre blanco y rico sigue su vida mientras los demás se quedan afuera. Encerrados, los que viven en las calles sufren la explotación para que “los de arriba” puedan seguir con la vida llena de orgías, fiesta, en resumen: lo que todos deseamos pero sólo una minoría privilegiada obtiene. La lucha en ambas películas es entre hombres. En el caso de Tierra de muertos, los zombis son sólo accesorios dramáticos. Es la lucha del todopoderoso hombre blanco Kaufman contra el mestizo Cholo (John Leguizamo) que intenta entrar en esta clase alta de una sociedad postzombi. Guiños políticos entre mexicanos y yanquis. Ante la amenaza de Yihad de Cholo, el malo de turno predica: “No negociaremos con terroristas”, citando a Bush hijo.
Romero y Lang expresaron la explotación del hombre por el hombre en el sistema capitalista. De cómo el proletario sólo sirve de herramienta para el poderoso. El ser útil como medio por el cual una persona deja de ser persona para convertirse en engranaje descartable. Cholo, el proletario, se harta de estos juegos de poder a los que nunca podrá pertenecer, dada su condición de no WASP (White, Anglo-Saxon and Protestant). La revolución lleva a desestabilizar el sistema: destruir a Kaufman o destruir la maquinaria en el caso de Metrópolis.
El poderío de los déspotas sobre las ciudades está establecido de la misma manera: la puesta en escena. Primero, desde la omnipotencia de los personajes dictatoriales (Kaufman siempre está en el último piso de su torre, así como Fredersen nunca es mirado a los ojos). Y segundo, ambos controlan el tiempo (Kaufman empieza un discurso deteniendo un reloj de péndulo y al terminar lo pone en marcha nuevamente. Lang lo representó superponiendo a una máquina el reloj de la oficina del villano, debilitando así al operario).
Inspiración o imitación, son palabras que en el mundo del cine se confunden demasiado (como también homenaje y parodia). Lo cierto es que estas dos obras, muy alejadas del pochoclo, se disfrutan más al tenerlas de cabecera. Un documental, muy sencillo. Moloch y zombis, sólo para jugadores distintos.
Adrián Zorgno
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