En este trabajo traté de incorporar todas las impresiones que un cuatrimestre de Westerns me fueron dejando. Cuando lo releo creo que es un recuento de los preconceptos con los que ahora encaro cada una de estas películas, los filtros a través de los cuales miro estas historias. Lejos de considerar esto como un vicio, lo pienso como parte del “previo fervor” con el que Borges dice que se leen los clásicos y los convierten en tales. Para reconocerme como espectador del género le agregaría a esta esperanza el placer ante las escenas de transición: una jarra de café, un caballo con su jinete en el medio de las montañas, el sonido de la cuchara de madera contra el plato de barro, la confianza y la lealtad que implican dejar a un caballo atado con una débil vuelta de riendas en la puerta del saloon.
Este texto fue el trabajo final de la materia Técnicas periodísticas 2, dictada en el segundo cuatrimestre de 2008.
El mito
Ir a ver una película de género es ir a que nos cumplan una promesa. Abusivamente pedimos que no deje de darnos lo que vamos a buscar y que no deje de sorprendernos. Las expectativas del Western incluyen a un héroe, con su sombrero, su caballo y su habilidad con el revólver. Grandes paisajes funcionales a la historia, las grandes praderas, el desierto, las montañas rocosas, los ríos infranqueables. Algunos indios, para enfrentarse a ellos porque son el peligro o para admirarlos por su sabiduría que creemos haber poseído y perdido a través de los siglos. Un villano capaz de cualquier cosa por dinero. Un par de tiroteos y un duelo. Algunos pusilánimes para meter al héroe en problemas. Si es posible una chica para que al final el cowboy no se vaya solito, pero que no joda mucho durante la película. Y si todavía queda espacio, algún personaje cómico, un barbero y un barman. Para no pasar todo esto con el estómago vacío, unos frijoles, café y mucho whisky.
Todos estos elementos conforman el mito del Western. Nacido del “encuentro de una mitología y una forma de expresión” según Bazin, se convierte él mismo en mito. Posiblemente en eso se diferencie de los demás géneros. Ningún otro tiene tantos tópicos reconocibles. Esta configuración como mito en sí mismo puede ser la explicación del éxito mundial de las películas del oeste.
Para un norteamericano es la expresión ideal de su propia historia transformada en mito fundador. Los pioneros, la fundación de una nación con nuevos valores, la conquista de la naturaleza, la comunión con la naturaleza en contra de la sociedad corrupta, el esfuerzo individual, el “mind your own business”, etc. Son tópicos de la cultura y la historia norteamericanas. No es difícil entender que este mito combinado con el arte norteamericano popular por excelencia, produzca en una persona nacida en Estados Unidos una identificación, un orgullo y una expectativa que lo justifiquen.
Es más difícil pensar por qué algo tan propio de una cultura se instala en todas las culturas del mundo, también en la argentina. La invasión cultural norteamericana no alcanza como explicación, si fuera suficiente hace años que seríamos fanáticos del fútbol americano, el béisbol, la música country y el asado arrebatado. Si bien la historia argentina y estadounidense tienen algunas coincidencias (un gran territorio virgen con diferentes climas y geografías, ser naciones con una historia muy reciente, la naturaleza aún inexplorada y salvaje, la conquista del territorio indio, la ganadería, la emancipación de Europa); los ideales culturales son diferentes.
La configuración como mito en sí mismo, como pura literatura, es lo que hace que el Western sea popular en países como el nuestro. Así como las epopeyas griegas nacieron del mito de los héroes guerreros, de historias que seguramente se construían a partir de los combatientes reales. Así como estos héroes fueron luego habitantes de su propia leyenda literaria, realizadores de hazañas dignas de dioses y no hipérboles de las hazañas humanas, el cowboy para un argentino es un personaje puramente ficcional. Para un chico (por lo menos así lo fue para mí) un pirata, un mosquetero, Luke Skywalker, Superman y un cowboy son todos héroes de la misma jerarquía, protagonistas de historias de aventuras. La base histórica del cowboy es casi una curiosidad sin mayor importancia. No hay algo ahí más representativo o que genere mayor identificación que los demás héroes.
Entonces pensar que la potencia del Western es ser la expresión de un mito o la mistificación de la historia, no tiene sentido fuera de Estados Unidos. Cabría pensar hasta que punto lo tiene dentro de USA. Sin duda lo tuvo en un comienzo, sin duda los primeros Westerns no sabían que estaban creando un género particular. La historia del género es la de la escisión entre leyenda y realidad. Si Asalto y robo a un tren es el primer Western, en él prácticamente coinciden la época en la que está filmada y la época representada. El mito está reducido a cero. No hay héroe ni habilidades extraordinarias. Con un poco de voluntad lo podemos ver como la recreación de un hecho real, casi una crónica periodística.
Luego aparecerán dos hechos históricos junto con el nacimiento del héroe. Por un lado La Guerra de Secesión, tema que, si bien estará presente en el Western ya establecido, raramente será el centro de la trama o las acciones del héroe estarán centradas en esta lucha. Un evento histórico y propio de Estados Unidos queda en un segundo plano, favoreciendo la instauración de un género fuera de la historia y más universal. No sería ridículo pensar que las productoras favorecieron esta orientación para no perder los mercados internacionales.
El otro es la epopeya de los pioneros. Como dijimos, al principio como ficcionalización de la historia, introduciendo la figura del héroe e idealizando el esfuerzo de esos pioneros. The Big Trail de Raoul Walsh es un ejemplo casi fundacional. Sin duda a nadie se le escapaba en 1930 que era una ficción sobre un hecho histórico real. Incluso no tendría sentido fuera de ese contexto. El género fílmico aún no tenía independencia de la historia real. Breck Coleman (John Wayne) es un héroe ya idealizado pero que tiene una función en los hechos históricos. La importancia de sus peripecias radica en esta función histórica. La inmadurez del género se nota en que, si bien es bueno disparando, su gran habilidad es arrojando cuchillos, destreza que no compartirá con el elenco de cowboys que lo sucederán. Pero sí compartirá con ellos su conocimiento de la naturaleza, su comunión con ella y algo aún más importante: su motivación inicial no es guiar a los pioneros sino una venganza personal. La aventura se le atraviesa en su camino privado, no pretende la gloria ni la admiración
Fundar una nación y su historia
Posiblemente el gran éxito de Estados Unidos como nación sea haber creado una historia propia, abolir el pasado europeo. Tener sus propios valores. Sus propios mitos fundacionales, su seguridad en estar iniciando la Historia. Sentirse el nuevo pueblo elegido en la tierra prometida. En The Big Trail se escucha esta arenga: “¡Esta jornada comenzó en Inglaterra! Ni las tormentas, ni la hambruna los detuvieron. ¡Ahora nosotros retomaremos esa pista y nada nos detendrá! ¡Estamos construyendo una Nación y deberemos sufrir para lograrlo”. Por un lado, la conciencia de la fundación que debe ser llevada a cabo a cualquier costo, atravesando tormentas y montañas (increíbles escenas), con pérdidas de vidas que son tomadas como un precio justo, no como una tragedia inesperada. Por otro lado es remarcable la extrañeza que se experimenta al sentir nombrar a Inglaterra en un Western. Europa no existe, el resto del mundo no existe, la historia de los pioneros es una historia privada y fundacional, no se inscribe en una historia común, ni universal, Estados Unidos tiene su propia historia que no es la de Europa.
Para empezar de cero el terreno que se elige es virgen, la naturaleza salvaje incontaminada. El pionero admira la naturaleza que simboliza este empezar de cero. Pero también sabe que debe conquistarla, con el peligro de contaminación que eso implica. La tensión de esta contradicción está siempre presente. El jinete solitario en enormes paisajes mitiga el miedo a destruir el paraíso, eso tan enorme parece indestructible por algo tan pequeño como el hombre. La misma sensación producen los planos en los que el cielo ocupa gran parte del espacio y el jinete queda en una mínima parte de la pantalla.
Como dijimos, la nueva historia se funda sobre nuevos valores. Estos nuevos valores se oponen a los de la historia europea, atravesados por siglos de verticalidad expresados en la monarquía, la nobleza, el sistema feudal. Es muy extraño que se aluda a la madre o la infancia del cowboy. El pasado puede ser un error, un pasado delictivo, alguna cuenta pendiente… pero siempre ocurre en su vida adulta. La personalidad del cowboy no está configurada en su infancia, la crea él mismo con sus acciones voluntarias y concientes. Es que la historia acaba de comenzar. Esta idiosincrasia se contrapone a la argentina. Nuestro país mira siempre a la madre Europa. Los padres fundadores del siglo XIX sueñan con traer Europa a América, ser una nación como Francia. Se piensa el país a partir de un modelo a imitar. En el tango la madre está siempre presente, es la que nos dijo cómo teníamos que ser y a la que le fallamos por no poder cumplir. Se vuelve a la casa de los viejos, a los valores de la niñez. Valores, más que repudiados por el cowboy, directamente ausentes. La herencia es importante para la nobleza, es la fuente de su poder, al no haber nobleza cada uno hace su camino desde cero.
Los valores del barrio
Europa está presente en el este, no en la auténtica Norteamérica. Los valores nuevos están emparentados con lo que acá llamaríamos los valores de la calle, del barrio. La lealtad, el respeto a la palabra dada, no abusar de los débiles y no permitir que los demás infrinjan estos valores. Según Astre y Hoarau en El universo del Western las caravanas de pioneros fueron alentadas para alejar la guerra de pobres contra ricos de las grandes ciudades. Así los trabajadores más emprendedores no pelearían por sus derechos en las ciudades sino que se irían a buscar su propio destino. Además las leyes le otorgaban la propiedad de la tierra al que la trabajara durante cinco años, alentando el emprendimiento individual. Es entonces con los valores de esta gente: de clase trabajadora, emprendedores, creyentes en el esfuerzo individual con los que se formaron los valores que todavía dominan el centro de Estados Unidos. El suelo pertenece entonces a quien lo explote.
En Argentina en cambio la tierra se repartió entre pocos terratenientes. Al ser una tierra muy rica se necesitaba muy poco trabajo para que produjera. Esto creó una clase ociosa con los valores europeos y una estructura más vertical de la producción y la vida social. La única esperanza del trabajador eran mejores condiciones de trabajo pero nunca un proyecto propio. Estas mejores condiciones son conseguidas por un líder que guía a la masa en lucha.
El héroe norteamericano en cambio no es nunca un líder de multitudes, no arenga a la masa porque nunca hay masa, hay individuos. No da discursos, y si alguien los da, es más esperable encontrarlo a un costado armando tabaco que participando. Este es uno de los nuevos valores más distintivos de esta nación. Si los héroes homéricos luchaban por la gloria, los cruzados por dios, los caballeros y los mosqueteros por el rey o por la patria, el cowboy lucha por su propio destino. Su búsqueda es siempre individual, la aventura se le cruza en el camino mientras está haciendo otras cosas y no le queda más alternativa que participar. En la inmensa mayoría de los Westerns el protagonista va en camino de una tarea privada muchas veces comercial (llevar ganado, buscar oro, buscar nuevas tierras para instalarse) al empezar la película. Nunca su objetivo es ayudar a alguien, solo ayuda a los necesitados que se cruzan en su camino. O sea, no abandona.
No pertenece a una institución ni lucha por una. Es respetuoso de dios pero este no motiva ninguna acción ni juega un papel importante en sus decisiones, tampoco le pide nada. El héroe no usa uniforme pero permanece toda la película con la misma ropa, esto acentúa su carácter único e individual. El uniforme en cambio, es propio de las instituciones.
El nuevo mundo ideal es una anarquía en la que cada uno se ocupa de sus asuntos, o sea un Estado casi nulo con alguna labor policíaca solamente y sin grandes propietarios que terminan teniendo un poder paraestatal como Alec Waggonman (Donald Crisp) en The Man from Laramie de Anthony Mann o Jessica Drummond (Barbara Stanwyck) en Forty Guns de Samuel Fuller. Nuevamente estos valores pueden ser rastreados hasta nuestros días. (Continuará)
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