Nos seguimos preguntando ¿qué es el cine?, ¿para que?, ¿para quien?, ¿por que?, y la pregunta a penas tolera la pausa de la respuesta; a veces contestamos con palabras, otras con películas. El mundo fluctúa. Se espiritualiza. Se industrializa. Se tecnifica. Hay crisis de espíritu.
De fe. De dinero. Repetidamente el capital se disfraza con piel de cordero, los estados totalitarios adoptan formas democráticas, la mitad del mundo lucha por el sustento, la otra mitad por sobrevivir a cualquier costa, o conserva cualquier cosa, o todas las cosas.
Mientras, ha nacido una nueva forma de expresión, un arte que tiene los elementos de otras artes y es distinto, y al mismo tiempo es industria y diversión y mensaje político y social y sirve alternativamente para la mentira y la verdad. Un arma poderosa que, por desgracia, gobierna el capital, pues su estructura formal requiere materiales caros y alta mano de obra. Al margen o en el centro de este mismo grupo de hombres ha ido aprendiendo a utilizar esta forma industrial o técnica como medio de expresión, tal como las palabras, los sonidos o los colores. Esos hombres son frecuentemente prevenidos, amenazados, difamados o enriquecidos, a consecuencia de lo que realizan o se proponen realizar, y eso guarda relación directa con épocas, circunstancias electorales, preeminencias de grupos políticos o económicos, razones que no guardan relación directa con la verdadera necesidad del hombre de expresarse, de dar testimonio de si mismo y del mundo que lo rodea.
El cine gravita sobre las masas, puede deformar la mente de un niño, despertar simpatías hacia delincuentes, amorales o revolucionarios. El cine, se dice, debe ser controlado por municipalidades, censuras eclesiásticas o estatales, ligas de amas de casa, de padres de familia, de coleccionistas de mariposas.
El cine no puede ser dejado en manos de cualquiera (ese puede ser un Rousseau, un Maiacosky, un Lawrence, un Joyce); es conveniente filtrarlo y poner en listas negras a todos aquellos que quieren expresar protestas, disconformidades, planteamientos presuntamente anárquicos, denuncias llámense Stroheim, Vigo, Orson Wells o Staley Kubrick, porque alguien pretende seguir creyendo que el mundo está muy bien así, con los “pogroms”, las matanzas de dos guerras mundiales, Corea, Hungría, el hambre de dos tercios de la humaniad. El cine no debe jamás atacar instituciones, dicen los códigos o previenen en voz baja; toda anomalía debe ser mostrada en función de hechos particulares, nunca por institución en forma global.
El presunto creador cinematográfico vive infinitas tiranías además de la primera del capital. Luego las “restricciones” para formar “la perfecta estructura del mundo actual”…
Leopoldo Torre Nilsson
Buenos Aires, 1959
Buenos Aires, 1959
2 comentarios:
Muy elocuentes las palabras de este grande del cine nacional!
El padre de Favio siempre la tuvo clara.
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