Festival de cine Cievyc 09: El topo Roger


El topo Roger, de Julián Babicz, con Leandro Achenbach, María Paz Scafú, Agustina Tavolaro, Leila Sada, 10’ 20’’, 1º año 2009.

El invisible Roger

El cortometraje de Julián Babicz El topo Roger presenta tres tipos de ambientes: un cuarto, un living y un comedor crean el hogar de Nicolás (Leandro Achenbach). Un espacio tan pequeño que, captado por la cámara, pareciera ser claustrofóbico (sobre todo en las escenas que transcurren en la habitación de Nicolás). Pero para el director, ese espacio cerrado es suficiente. Le brinda lo necesario para crear un relato en torno a una figura imaginaria. El topo en cuestión. Una entidad que, tal vez influenciada por recuerdos de la infancia del director, adopta como identidad la de dos personajes infantiles (El topo Gigio y Roger Rabbit).

En un momento del corto, una mirada subjetiva se asocia a la visión del director: la mirada “pertenece” a Nicolás, pero al ser una observación libidinosa (una toma que se detiene en los exuberantes pechos de la madre) plantea la visión de alguien más... pero el complejo de Edipo decide mantenerse fuera de la narración. Es de destacar que el premio a la mejor actuación se lo podría llevar sin duda alguna el amigo topo; los niños del corto en ocasiones actúan como si estuvieran memorizando los diálogos. Pero después de todo son justamente niños y se lo puede pasar por alto. Pero lo mismo sucede con la madre del protagonista (María Paz Scafú) y eso sí no se puede obviar. Como tampoco el hecho de que no es el topo lo que rompe la realidad del relato sino la aparición de esta madre, una chica de aproximadamente veintiún años que bien podría personificar a la hermana de Nicolás.

A pesar de estas fallas el cortometraje entretiene y divierte al espectador. Si bien no se destaca por su puesta de cámara o la utilización de la fotografía, sin dudas la historia es la que se lleva el gran papel principal. Con la sencillez de un juego con sables láser o la caída de un par de copas, Babicz vuelve real al topo Roger, uno puede imaginárselo y hasta ver al personaje dando vueltas por los escenarios. Sin necesidad de una aparición corpórea, se logra crear la fantasía de la misma manera que James Stewart lo hacía con su viejo amigo de orejas largas.

Nicolás Ponisio

(Alumno de 2º año de la carrera de Crítica y Periodismo)

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