Festival de cine Cievyc 09: El regreso


Los árboles no desaparecen

El regreso, de Pablo Carabajal, con Gustavo Tabeada, Facundo de Nevares, 12’, 1º año 2009.

En El regreso se sobreexplica la separación, pero no sus causas. Imágenes cálidas acompañan al protagonista en un viaje revelador, exteriorizado bajo un impulso invisible, puesto en escena con agilidad. Los planos se dedican a narrar con un relato austero, que fracciona la acción, pero sin quitarle intensidad. Los encuadres son parte de una búsqueda estética fundamentada en lo natural, cuya continuidad refuerza la percepción de las causas. Se logra un universo de incertidumbre gracias a un montaje sin excesos que impulsa un desarrollo sutil, abocado sin distracciones a la historia. El guión se encarga de explicar, pero también denota con la inclusión sensorial, sonora y visual, acentuando otro nivel de representación.

Un arquitecto en el comienzo de su carrera profesional planea casarse, pero antes del gran paso deberá enfrentar una realidad oculta. Los árboles y el sonido de sus hojas, serán los guías en su regreso al pasado, los que lo ayudan a recuperarlo. La foto en dos partes reunidas por la casualidad del destino, será el catalizador de esta necesidad. El plano sonoro de árboles moviéndose por el viento presentado en los títulos, se repite al encontrar la foto. Ambos elementos funcionan en conjunto, generando la necesidad de recobrar su identidad. La decisión de no tomarse el colectivo, de darle la espalda a la cotidianidad, es la que hace virar su viaje hacia el recuerdo. La inspiración lo invade, cuya proyección desprende un anhelo oculto. Entonces el entorno se vuelve mágico y único, con la cámara desplazándose hacia el ensueño, con una estética resuelta a imponer el retroceso temporal momentáneo, que se vuelve claro, entre los árboles, su sonido y el viento.

El divague lo envuelve y, sin darse cuenta, llega a ocho cuadras de lo visualizado en aquel momento de profundo recuerdo. El ida y vuelta, la duda, presentada ante dos oficiales inquisidores, terminan de evidenciar el secreto. Quizás los mismos que le quitaron su apellido biológico, sean los que ahora se lo devuelven por medio del documento de identidad, que se vuelve auténtico. El paso de Álvarez a Conti, será fundamental para que Carlos se entregue al nuevo camino. Pero los árboles, que permanecen intactos ante el tiempo, serán los propulsores reales para lograr su objetivo. El encuentro final de Carlos Alvarez, a quien de chico llamaban Carlitos Conti, con su madre biológica, culmina su regreso a un pasado robado. Luego del abrazo más esperado, la cámara panea los árboles hasta un cielo sobreexpuesto, que funde a blanco los límites entre lo natural y místico del destino.

Un gran trabajo en los detalles, en los sub-textos, en las implicancias de un tema difícil, tratado con sensibilidad. Mención especial para los actores, la fotografía, pero sobre todo, para las ideas.

Soledad Bianchi

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