Festival de Mar del Plata: Be King Go, el alma de la verdadera ruta


Título original: Vikingo

País: Argentina

Año: 2009

Duración: 90´

Director: José Celestino Campusano

Reparto: Rubén Orlando Beltrán, Armando Galvalisi

Motocicletas de inventiva propia, armadas conceptualmente, en busca de su esencia. Indiscutibles choppers, auténticos triciclos. Nada de Harley Davidson, ni copias estilizadas. Motociclistas del conurbano, impregnados con el polvo de la ruta, con manos obsesivas por la mecánica, exentos de la imagen inmaculada de un motoquero citadino. Camperas de cuero raídas, símbolo de pertenencia a un ideal motorizado, más que a un síndrome de moda o esteriotipo. Los verdaderos códigos, sujetos a un principio compartido, con reglas implícitas. Sin marcas, ni modelos, ni nombres ridículos, con estilo propio, característico de una misma sintonía. Vikingo es un representante puro de un mundo tangible por su representación fiel.

José Campusano, en su segundo largo de ficción, lleva al éxtasis su cine bruto. Dentro de la competencia internacional del Festival de Mar del Plata, su reformadora actitud al concebir una historia, lo instala como candidato implacable. Plena satisfacción de imágenes que gritan un rock imposible de ignorar. Con Vil Romance, presentada el año pasado en este mismo festival, logró llamar la atención y, quizás, molestar a los más retrógrados. Con Vikingo, satisface la coherencia de un nuevo cine, basado en la manifestación de la forma pura. Las imágenes transcurren con un cuidado inadvertido. La conjunción de todos los elementos crea un espacio ausente de disfraces, la crudeza de la realidad convertida en fotograma. Con un cuidadoso tratamiento, el sonido destaca los planos sonoros, conjugados a la perfección con las imágenes. El relato cuenta con la certeza de narrar sin digresiones una ficción basada en documentar hechos reales. Las elipsis y los fuera de campo, están impuestos hábilmente para evitar roces con lo sentimental. La estética fría de los flashback acrecienta el misterio.

Mientras tanto, la sub-trama expone las consecuencias de la marginalidad, del progresivo resquebrajamiento de la sociedad. El paco anda suelto, al igual que su fiel compañero, las armas de fuego. Las etapas de su avance son presentadas por los distintos estadios de sus víctimas. El dealer, con los medios suficientes para su distribución. El que vende en el barrio, un paquero ausente ya de cualquier tipo de códigos. El sobrino de Vikingo, que duda hasta quedar envuelto en la adicción, entrega su destino a la tragedia final. El niño nuevo, que no se anima a disparar, pero pega una patada de iniciación nada prometedora. Lo desgarrador de una actualidad, opuesta a la representación televisiva habitual. Vikingo, con una imagen fuerte, se muestra paralizado por la situación que lo rodea, impotente ante los efectos despiadados que se presentan en los chicos. Esclaviza a sus hijos, con métodos violentos, para salvarlos de ese y cualquier otro mal que sea su consecuencia. Aguirre, a quien Vikingo le ofrece su vivienda luego de ver su motocicleta y entenderlo como partícipe de sus principios, es la simetría donde se vislumbra una reflexión más sutil sobre otras drogas. Haciendo hincapié en la abolición de códigos implícitos bajo su efecto, los fallidos de Aguirre pueden ser relacionados al uso de LSD, marihuana y cocaína, sin instancias evidentes ni educadoras, pero con deducciones asociables. La cerveza y el vino, en cambio, pertenecen al grupo de excesos permitidos. Combustibles que hacen festivas sus vidas, concepción de un régimen fundamentado en premisas metaleras. Con estos indicios, se logra captar la veracidad de los hechos, sin golpes bajos ni consignas aleccionadoras. Solo con el objetivo de expresar una circunstancia existente, un hilo destructor que atraviesa a cualquier comunidad, hasta la más fuerte.

El rey de los códigos, con su casco vikingo, representa el respeto y la integridad, con sus valores apuntados a salvaguardar la vida de su familia, la propia y la de sus hermanos motociclistas. Aguirre, en su descarrilamiento, con la misma pasión por las rutas, pero con los molestos recuerdos interfiriendo su andar. La motocicleta es un símbolo de unión, de fraternidad. El rockabilly, el rock and roll, el metal, la música y los fierros, las camperas, los tatuajes y lo sucio y real de los márgenes de la ciudad. Vikingo, es una explosión de emociones constantes, signadas por la autenticidad, en una nueva frecuencia. Cine de ficción por ser una representación, pero tiene también la certeza de retratar una hecho real desde su misma esencia. Se siente una película madurada por la propia lealtad a su noción. Un nuevo aire, plagado de emociones fuertes, vivencias originales, cubierto de poesía salvaje, feroz, verdadera. Sin intenciones de más, con la sola premisa de llevar a cabo un “Cine bruto”, Campusano, con su arte, crea una innovadora vertiente, otro camino más explícito y cautivador. La nueva ola del cine nacional es un pequeño mundo a pura máquina. Enciendan sus motores y a rodar por esta ruta de gratificantes aventuras.

Soledad Bianchi

2 comentarios:

ignaiza dijo...

"Las imágenes transcurren con un cuidado inadvertido"
Cierto!

Marcos Vieytes dijo...

"Evitar roces con lo sentimental" es toda una declaración de principios