Kairo de Kiyoshi Kurosawa

Live forever

¿Qué es lo que causa más miedo a las personas en este mundo?

¿Qué tiene de especial el cine de horror de Kurosawa? ¿Qué tiene su “mal” a diferencia de otras películas del mismo género?: La no-forma del mal. Es una esencia perversa flotando como una espesa niebla en el mundo. Y es eso lo que vuelve a sus films mucho más aterradores. Un mal sin forma, sin definir, no se puede atacar, ni combatir. Angustia e impotencia es lo que provoca saber que el enemigo es todo y a la vez nada: una maldad sin delimitar se mezcla con lo bueno y se vuelve ambigua. De pronto lo reprobable se torna corriente y el cine abandona su cualidad catártica. Ya no desahoga al espectador, sino que le devuelve la responsabilidad, y lo pone a reflexionar: ¿cómo se combate? ¿cómo huyo del mal si está en mí?


Kairo, muestra la ambigüedad desde el comienzo. La primera escena presenta una habitación desordenada, apenas iluminada por luces bajas. El encuadre de la cámara es un doble encuadre: vemos en profundidad de campo, detrás de los marcos de la puerta de otra habitación, una computadora encendida que parece tener interferencia. El plano es totalmente espectral. Una atmósfera amarillenta sumada a una ondulación de la imagen en pantalla da una sensación viciada del ambiente. A su vez, la pantalla está dividida en dos: en la mitad izquierda sólo podemos distinguir sombras ya que una cortina transparente difumina nuestra visión, la mitad derecha nos muestra la habitación con un poco más de claridad. Esta división de la mirada es utilizada también por el director en Bright Future cuando los personajes se suben a la camioneta. La imagen es alterada a propósito (como la ondulación en Kairo) recortando a los personajes en dos cuadros separados sobre un fondo negro, marcando una distancia irreparable entre ellos. Pareciera que estos dos personajes viven en mundos diferentes y las minúsculas irrupciones de uno en el mundo del otro (para tomar un objeto, por ejemplo) son mostradas de manera aberrante, con brazos más largos que lo normal o incluso hasta borroneados. En esta secuencia se veía a un padre ausente y al amigo de su hijo muerto. Un ausente que vuelve en busca de redención. La dualidad en la mirada de Kurosawa representa a los fantasmas o espectros del pasado. En Kairo la dualidad nos muestra la superposición de dos mundos, el espectral y el terrenal.

Los espejos, ventanas o cualquier superficie transparente deforman la realidad. Nunca devuelven una imagen nítida. Es así como el director denota la existencia de dos o más universos paralelos. Al jugar con la multiplicidad de encuadres, los personajes se ven interactuando con múltiples espacios en una misma escena. Así, el mundo físico, el virtual y el espectral interactúan entre sí, atravesados por una ondulación que los unifica. Ondulación que comparten tanto los fantasmas que tropiezan, como la pantalla de la computadora y las sinuosas vidas de los personajes, sin un destino fijo en la vida.

La iluminación en Kairo responde a un juego de sombras provocado por luces amarillentas o grises a mediana altura que generan una atmósfera viciada y espesa, y que hacia el final del film, se tornará cada vez más oscura y apocalíptica. Entre tanta estética grisácea irrumpe un fulgurante color rojo que toma protagonismo dentro de la narración. Cintas adherentes de ese color son usadas para sellar a los fantasmas. Remarcan los marcos (valga la redundancia) de los lugares malditos. Pareciera que el color rojo es portador de sentido, de límites. Un ancla para que el espectador no derive. A simple vista el rojo es peligro, precaución, un gran cartel que dice “cuidado fantasmas”. Pero a su vez se resignifica, ya que uno de los protagonistas vestirá remeras y camisas de ese color. Este personaje lucha por sobrevivir, obsesionado con vivir para siempre. El rojo, entonces, significaría vida, sangre, pasión, instinto de vida, contradiciéndose con su connotación de peligro y muerte. Una vez más, al igual que en la medusa de Bright Future, el director nos pone enfrente una imagen (en este caso un color) y no un símbolo que podamos usar de referencia. Entonces, sólo nos queda la incertidumbre como única certeza.


Germán J. González Sosa

Alumno de Análisis de film III (2º año de la Carrera de Crítica y Periodismo cinematográfico)

Las lágrimas de Esopo

Otra película sobre Nazismo, y van…

Sí, es otra película sobre Nazismo, pero eso lo sabía antes de entrar al cine, entonces no me puedo quejar (tanto). En La Ola (Die Welle, 2008) un profesor de secundaria, para explicar el funcionamiento de una autocracia, comienza un experimento totalitario con los alumnos de su clase. Como se podía esperar, no termina bien.

La película hace una pregunta y se responde sola. Es más, la conclusión la dice un personaje, cantante y sonante. (¿”Vendiendo ideas, yo”?). Lo que se pregunta es si se podría dar un nuevo régimen nazi, y bueno, según el director, Dennis Gansel, sí. Cabe destacar que esta versión cinematográfica de la novela homónima, está basada en hechos reales ocurridos en Palo Alto, California, en 1967. Este parece un dato al pasar, pero no, ya que le da universalidad a la teoría de Kracauer de que “los alemanes necesitan de la disciplina, que quieren disciplina, que la aprecian”. Le apuesto al lector que si sale a la calle y le pregunta a 5 personas cuál es la solución a la delincuencia desmedida de nuestro país, al menos 3 de ellas contestarán “que vuelvan los militares” o alguna demencia semejante. No me voy a explayar sobre las botas locas, creo que quedó claro a lo que me refiero: la necesidad del ser humano de sentirse dominado. Y sobre eso es lo que esta película nos invita a reflexionar. Pero a su vez, esta disciplina se muestra como algo negativo, incluso mortal. Es “el desorden del orden”. Asimismo, con cancha establece la premisa “¿qué es mejor, la anarquía o la dictadura?” (Hay dos grupos claramente enfrentados: los que toman las clases de anarquía, y los que toman las clases de autocracia). Bueno, sí, era extremista el hombre. Pero creo que en realidad se acerca a la conclusión de que nada es bueno llevado al límite. Lo más obvio es la analogía de los púberes alienados con el pueblo alemán del ´30, ambos manejados como párvulos por un megalómano. Además se repite constantemente la frase “La unión es fuerza”. Pero se muestra que la fuerza es poder, y que el poder es envilecimiento, libertinaje. Entonces, ¿es que toda sociedad humana es negativa?

Más allá de esto, yendo un poco al relato, lo que resalta particularmente es el peso del agua a lo largo del film. Entendamos el agua como la naturaleza, elemento incontrolable dentro de lo cual se mueven los personajes (juegan waterpolo). Funciona como algo asfixiante que los ahoga constantemente. Bien puede simbolizar, también, la naturaleza incontrolable del ser humano. Esa naturaleza que anhela la fuerza, el poder. El agua, además, representa la situación por la que atraviesa el movimiento de jóvenes. Una situación que se le escapa entre las manos al profesor, incontenible como el líquido. Por otra parte está la cámara y sus movimientos alocados, impetuosos, reflejando siempre el descontrol. Dichos movimientos están reforzados por un montaje acelerado. Se utilizan colores fríos, entre los que sobresalen el blanco y el azul. El blanco es el símbolo de lo absoluto, de la unidad. Al azul se lo asocia con los introvertidos, la frialdad, y obviamente con el agua. No hace falta explicar su relación con la película. Los espacios son en su mayoría cerrados, incluso en la playa Marco se encuentra en un auto. Son espacios asfixiantes, que oprimen a los personajes. En cuanto a la música, la película no utiliza musicalización extradiegética más que unas pocas veces, en las que inserta suaves melodías para incrementar el dramatismo de la escena. Sin embargo, empieza con un cover de The Ramones, más precisamente Rock n’ Roll Highschool. ¿Será una cita a la película de Allan Arkush, de 1979? Mmm… no, creo que no. Los chicos de Rock n roll highschool se rebelaban contra el sistema (una administración despótica), se rebelaban contra algo, tenían un ideal. Los muchachitos imberbes de La ola, hacen lío, por el lío en sí. Sólo porque son “re heavies, re jodidos”. Y es acá dónde la película cae en el cliché con personajes estereotipados. Está el ñoño, el abusivo, el introvertido, el deportista… En este punto me permito una pausa para hacer una leve mención sobre el Sr. Max Riemelt, que tiene a cargo la interpretación de Marko. Ojalá sea jugador de waterpolo en la vida real, digo, por su bien. Hubieran sido convenientes algunos intertítulos que describieran las sensaciones del pobre personaje. Pero bueno, siguiendo con los estereotipos, son una manera indigna y prejuiciosa de ver las cosas. Sólo sirven como una plataforma publicitaria y persuasiva. Y en el caso de la película, afectan el argumento, porque lo tornan predecible. Un ejemplo de esto es mostrar al personaje Tim, haciendo su página web, en la que introduce armas. “El pibe está loco, tiene un arma… eventualmente va a matar a alguien”. Sabemos que va a terminar con un muerto y el pibe como asesino. ¿Para qué explicar en sobremanera? Ya sabemos que tiene desórdenes mentales. La actuación de Frederick Lau es muy capaz y no necesita de obviedades. Además, estereotipar de esa forma denota la ficcionalidad, por lo que pierde valor que el film esté basado en hechos reales.

Si bien La ola incita a reflexionar sobre la sociedad y la naturaleza del ser humano, por momentos se torna densa. Da la sensación de durar tanto como el Tercer Reich. Además es evidente que quiere influenciarnos con las ideas del director. Sí, ya sé, todos los directores lo hacen, pero a este señor no se le ocurrió la sutilidad ni por asomo. “Uy, te manipulo, mirá que capo que soy, cómo comercio con tus pensamientos”. Es una falta de respeto al espectador, es un insulto a su inteligencia. Es otra forma de lavar cabezas, y lo que es peor, ¡se vale del arte para hacerlo! Ese final, con el profesor siendo arrestado por la policía, con el fundidito a blanco, la musiquita sugestiva… es completamente irritante. Tanto que hace de la película algo casi pedagógico. “y la moraleja es…”.

Gansel, si me vas a vender una idea tratá de que no me dé cuenta. La ola la formaron las lágrimas de Esopo.

Romina Quevedo


(Romina Quevedo es alumna de primer año de la Carrera de Crítica y Periodismo cinematográfico.)


PARAFRASEANDO A MAQUIAVELLO -La ola (Die Welle) de Dennis Gansel


El medio justifica el medio, porque aquí no hay ningún fin.


Hordas de jóvenes sin futuro. Desocupación. “¿Para qué estudiar si todo se va al carajo?”. “¿De qué me sirve un título si no voy a conseguir laburo?” Todo esto y más pasaba por las mentes de los pibes de Inglaterra en los setenta. Cuando cada uno andaba en la suya, vagando por las calles (al mejor estilo El extraño de pelo largo) con un par de snickers y la ropa gastada, todos se unieron en un grito común: punk. Tomaron toda esa ira contenida, ese desprecio por haber sido una generación sin visión de futuro y la descargaron sobre rápidos temas de cuatro notas y letras irónicas.

La ola arranca al ritmo de un cover de Los Ramones, Rock’n’Roll High School, que empieza así: “I don’t care about history” (No me interesa la historia). Sabiendo de antemano que se trata de una película alemana, el hecho de dejar de lado las lecciones de la historia puede sonar interesante. Jóvenes que no hacen nada y una escuela que toca todos los estereotipos (el deportista que sale con la linda, la nerd, el tontito, la banda de chicos malos, el profe copado y bohemio). Más aun, se cae demasiado en el clásico adolescente que cree que no se va a comer ninguna y entra como perro en todas. Tal estereotipo no llega a ser creíble. Sabemos que un adolescente puede ser un sujeto muy influenciable, pero también muy profundo y meditativo. No sólo es la calentura y la rebeldía lo que caracteriza a esta edad sino la aventura de hacerse persona a los golpes. Que me disculpe el señor Gansel, pero su escuela se encuentra a años luz de Rock’n’Roll High School y más próxima a High School Musical. Tal vez por eso no se anime a usar la versión original del tema musical. Porque lo que aquí se ve no es la adolescencia sino un modelo de adolescencia necesariamente creado para lograr lo que un dictador quiere. El imaginario adolescente de un viejo choto y de las señoras paquetas repitiendo “la juventud está perdida” desde hace cincuenta años.

Un profesor de política intenta enseñar autocracia a un grupo de alumnos. Como no le dan bola hace un experimento: crea un estado autócrata en el aula para que la teoría se haga práctica. Hay un líder, uniformes y una disciplina. Pero el aula se hace grupo, el grupo se hace movimiento, el movimiento se hace calle y “la ola” se hace tsunami. Todos los miembros de esta nueva ola llevan su política en la mochila después de sonar el timbre. Comienzan con inocencia pintando graffitis y terminan con demagogia y discriminación hacia los que no son como ellos. El proyecto se va de las manos.


La puesta en escena nos muestra una fecha que tiene el profesor en un cuadro de su casa: “DIC – 12 – 1979”. Ese miércoles, un maremoto dejó a Colombia con un saldo de quinientos muertos. Ese mismo día, Juan Pablo II lanzó un creativo documento teológico sobre una nueva visión del Génesis, en la cual se habla de la transformación que sufrieron los dos primeros humanos al descubrir su desnudez. No sabemos lo que el director nos quiere decir, pero pueden tomarse en cuenta estos dos hechos para significar un cambio. Desde lo espiritual, el hombre conciente de ser hombre o la toma de conciencia del cambio, ser diferente del otro (en este caso, desde el hecho genital). Y desde lo social, el maremoto como situación límite que une a un país a través de la desgracia. En resumen: el darse cuenta y la unión como fuerza.

Ahora bien, la puesta en escena es coherente pero la historia no. El profesor marca un camino. Los pibes arman un camino paralelo. Pero nunca hay un sentido. Hacen remeras, se juntan, chupan, fuman, tranzan, pintas graffitis… ¿Y para qué? Nadie lo sabe, mucho menos el director. Ni el proyecto escolar ni la película se plantean un objetivo. Sí hay una dirección, “tiremos todos para aquel lado”, dicen. Pero nos quedamos en el camino, sin saber para qué lo recorremos.

Empezamos bien. Nos olvidamos de la historia y emprendemos una autocracia dictatorial. Conflictos y algunos enfrentamientos con los que no son como nosotros. Nos rebelamos. Vamos a casa a buscar el M-16, el casco y repasamos El manual del anarquista porque si alguno se hace el loco le metemos una molotov. Nos juntamos en el auditorio. Estamos sacadísimos y queremos romper todo. Sólo falta que el líder nos hable. Ahí viene. Se pone de pie y nos dice que vamos a marcar una hoja en la historia alemana. Vamos a salir a las calles a demostrar quienes somos. Queremos salir, queremos destruir, queremos morir por lo que creemos, queremos… queremos… pegarnos un tiro. Mirá Gansel, si me vas a crear un éxtasis hambriento de destrucción no me vengas con Pedrito y el Lobo. ¿Para qué me mostrás a cada rato la autodestrucción de estos pibes con alcohol y drogas? ¿Para que terminen bailando con Barney? Si quiero una moraleja alquilo una película de Disney. En materia de guión, el clímax debe parecerse a los arrumacos post orgásmicos. En este caso, estás en pleno acto y tu vieja abre la puerta. Traumas aparte, para colmo te comés un sermón. Eso es La Ola. El Muelle de San Blas que canta Maná, donde esperamos y esperamos pero nunca pasa nada.

Adrián Zorgno

(Adrián Zorgno es alumno de primer año de la Carrera de Crítica y Periodismo cinematográfico.)

7 35 de la mañana

Excelente corto del director español Nacho Vigalondo que fue nominado a los premios Oscar. Toda una lección de cine.