El Western por Ignacio Izaguirre (Segunda Parte)




Distintos héroes, distintos enemigos.

Lo que cada norteamericano quiere es ser propietario. Trabajar para poseer. En The Tall T de Budd Boetticher, Pat Brennan (Randolph Scott) deja de ser capataz para tener su propia tierra. Su ex jefe no puede convencerlo de que vuelva, el hombre que queda como capataz es un infeliz que, podemos adivinar, no tiene otras aspiraciones. Más adelante conversando con Frank Usher (Richard Boone), el bandido con el que comparte códigos, éste le dice que “un hombre debe tener lo suyo”. El enemigo es el Estado, los que imponen reglas, los que violan la propiedad privada.

Para un argentino en cambio el enemigo es el jefe. El valor es “del trabajo a casa y de casa al trabajo”. Trabajar para disfrutar del tiempo de ocio, de la familia y los amigos que son probablemente el valor máximo, lo que no se puede traicionar. La aspiración argentina es ser admirado, idolatrado, remunerado. El cowboy difícilmente tenga amigos conocidos. Si los tiene, suelen estar ahí para que su muerte motive sus acciones, lo mismo ocurre con los hermanos. Esto es así en The Far Country de Mann, Forty Guns y My Darling Clementine de John Ford.

Que el héroe del Western esté ocupándose de algo personal y trate de no meterse en asuntos ajenos; suele pasar desapercibido para un espectador argentino, más identificado con la defensa de los desprotegidos, la habilidad con las armas y la lealtad. Aquella tarea previa individual interrumpida sirve como recurso de identificación para el espectador norteamericano.

El héroe argentino en cambio es un líder de multitudes, un guía, el que nos lleva hacia la victoria: Perón, Maradona, el Che Guevara. Se puede considerar nuevamente como una tradición más europea. El enfrentamiento con Europa está dado por el otro héroe posible que es el fuera de la ley, el rebelde. Los protagonistas de la literatura gauchesca del siglo XIX como Martín Fierro representan ese tipo de héroe. Posiblemente la inconmensurable figura de Maradona se deba a una combinación de los dos héroes posibles argentinos (algo parecido ocurre con el Che Guevara, con la desventaja de estar muerto y de haber estado siempre lejos). Maradona es el rebelde, es el líder y es también el que tiene poderes especiales que le dan derecho al liderazgo.

El líder representa el destino de grandeza a la vez que un pasado glorioso. Dicen que Malraux definió a Buenos Aires como “la capital de un imperio que nunca existió”. Ese querer trasladar Europa a una tierra virgen sin construir una tradición propia, puede estar en el origen de esa sensación. Sensación de pasado y destino glorioso justificada para un francés o un inglés con miles de años de historia detrás, pero igualmente firme en cualquier argentino. “Dar la vida por Perón”, o sea dar la vida por la patria, por el rey, por dios, es una idea que un argentino tradicional debe defender.

El héroe del Western jamás da la vida por una causa superior. Es cierto que arriesga su vida más de una vez por diversas causas pero nunca se inmola por nada. En otros géneros del cine de Hollywood, por ejemplo el bélico, sí es usual encontrar ejemplos de sacrificio de la vida propia por los demás. Pero en el género americano por excelencia es muy extraño encontrarlos. Claro que, hábilmente, los guionistas no ponen al héroe en una posición en la que sacrificar su vida salva al grupo; pero está de más decir que en esto consiste que nunca lo haga. Tampoco vamos a andar pidiendo que John Wayne nos tenga que decir explícitamente que no cambia su vida por la de la joven que grita histéricamente desde la diligencia.

Características propias

Otro elemento que no aparece en ninguno de los Western vistos es lo sobrenatural. No se postula la existencia de otra realidad que la cotidiana. Los indios pueden invocar a los dioses o realizar rituales, pero están siempre más cerca de los conocimientos arcaicos que de la magia. Más cerca de una sabiduría de la naturaleza que de un poder secreto. Incluso dios está ausente. Su presencia se limita a la iglesia del pueblo, un lugar más de reunión social o donde el pueblo discute sus problemas, que un lugar religioso. El predicador del pueblo y los asistentes a la iglesia son la gente común. Generalmente de una fuerza vital inferior a la del héroe y a la del cowboy en general. Aunque sea el villano.

El héroe tiene pocos interlocutores válidos, su relación con la gente del pueblo suele ser algo condescendiente. Muchas veces su igual es el villano, con el que comparte los códigos de los vaqueros y del conocimiento de la naturaleza. Esto es así en Bend of the River de Mann, 3:10 to Yuma de Delmer Daves, The Man from Laramie, The Tall T, etc. La posición del cowboy es la de intermediario entre los pioneros y la naturaleza, por eso su utilidad es tan efímera. Una vez realizada la conquista va quedando de lado y se convierte en un personaje pintoresco, o en un sheriff solitario (como en Rio Bravo de Howard Hawks) o en un bandido (como en Colorado Territory de Walsh).

En Forty Guns ese es uno de los temas principales. Griff Bonell (Barry Sullivan) habla con su hermano menor, Chico Bonnell (Robert Dix) que quiere ser un pistolero como él y le recuerda: “cuando te conté que los romanos peleaban en la arena te reíste, pronto se van a reír de gente como yo. Soy un freak.” Es la conciencia del fin de la utilidad de estos hombres. Al acabarse la frontera por conquistar, construirse el ferrocarril y alzarse los alambres de púas, ellos ya no tienen lugar. Jessica Drummond se lo dice a Griff: “Esta es la ultima parada, la frontera ha terminado, no hay mas pueblos ni hombres que domar”. En esta película se coloca al cowboy entre otros héroes míticos. Además de la cita a los romanos, las “forty guns” hacen referencia a los cuarenta ladrones de las Mil y una noches y el nombre del rancho de Jessica, “Draggons”, a los dragones vencidos por los caballeros andantes.

Este héroe no tiene una profesión definida, es un hombre con ciertas características en un entorno particular. No debe asociarse nunca con el sheriff que puede ser o no el héroe, e incluso puede ser el villano o un pusilánime. A la lealtad (nunca mata por la espalda, en el final de The Tall T Frank Usher no deja de darle la espalda ridículamente a Pat Brennan para que no lo pueda matar), la defensa de los débiles, el cumplimiento de la palabra dada, la comunión con la naturaleza solo hay que agregarle dos cosas para obtener un héroe del oeste. Por un lado el ser taciturno, la calma, no desesperarse jamás, no caer nunca en el patetismo. Aún en las situaciones más difíciles o ante la muerte inminente el cowboy no se desespera. Esta cualidad hace que el momento de furia de Glyn McLyntock (James Stewart) ante la traición de Emerson Cole (Arthur Kennedy) en Bend of the River sea más impactante aún. Por último, lo que lo hace único y diferente a todos: ser el más rápido con el revólver. Esta especie de competencia de machitos (a ver quién dispara más rápido, con mejor puntería) está en el fondo de todas las historias y merece un estudio aparte.

Habrá que esperar hasta los 90´s con Los imperdonables para encontrar una reivindicación de la lentitud.


Primera Parte


1 comentarios:

John Wayne dijo...

Me quedé sin palabras ante semejante trabajo de investigación. Muy bueno.